Refugios climáticos

Xoel Ben Ramos

Xoel Ben Ramos

Cuando menos se espera, hasta del peor drama acaba saliendo una lección esperanzadora. Y mira que la cosa puede ponerse fea…, porque ya vamos por la cuarta ola de calor, Tenerife en llamas y Canadá repite como en junio, después de flipar con lo del Hawái y sus ya 114 muertos; en Ucrania, tras lo de las bombas de racimo, el tío Biden les dejará unos cuantos F-16 —aunque vayan sin pilotos—, al menos la Mesa del Congreso queda constituida y la investidura... se andará. También lo sorprendente de este verano fue que el norte, quizás como nunca antes, empezó a recibir nuevos turistas, los que huyen de los 46 grados (a la sombra).

Esto último es la solución para los veraneantes, los que pueden permitírselo. El problema es que el sur no se vacía, la gente sigue viviendo —subsistiendo, más bien—, trabajando y lidiando con no derretirse. Toda casa con posibles viene con aire acondicionado de serie y aislamiento térmico a continuación. Aunque esas mejoras ni alcanzan a todos ni tampoco muchos pueden permitírselas. De ahí que en barrios con residentes de bajos ingresos o pensando en población vulnerable (desde jubilados a embarazadas, bebés, enfermos crónicos, sin techo o migrantes) se estén habilitando refugios climáticos. Estos lugares, bien sean parques y jardines arbolados —dentro de la floresta la temperatura puede reducirse entre 4 y 7 grados, además la sensación de sofoco se ve mitigada por la humedad del ambiente—, o lugares públicos como museos, bibliotecas, incluso escuelas, acaban siendo islas donde poder descansar, hidratarse y disfrutar de un cierto confort térmico.

¿Quién nos lo iba a decir? Ahora que el papel parece una rareza del siglo XX resulta que las bibliotecas —¿la cultura?— vienen al rescate. Carambolas del destino. Rebosando pantallas por doquier, darse de bruces con un libro en tanto huyes del clima extremo. Y como leyendo también la mente se evade, puede ser buen momento para descubrir el gélido Klondike en Alaska, guiados por Jack London. Enfriar todos los sentidos, con Solzhenitsyn, sufriendo su Archipiélago Gulag; quedarse tiritando con la novela negra nórdica de Mankell, Stieg Larson y compañía para recordarnos que allí siempre hace malo sea invierno o verano —ahora menos—, o incluso viajar con aquellos aventureros que conquistaron los polos. De hecho, cuenta Amundsen que cuando preparó su incursión a la conquista de la Antártida en 1911, después de tomar parte en varios asaltos fallidos, aprendió que además de mejorar la alimentación y la vestimenta, debía incluir —y lo hizo— una nutrida biblioteca “a fin de evitar la depresión y la locura” para subir la moral de la expedición... Si es que no hay mal que por bien no venga.

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