Europa, despistada, debe desactivar la bomba africana

Manuel Campo Vidal

Manuel Campo Vidal

Cualquier país europeo vive enredado en conflictos internos y pendiente del impacto de la guerra de Ucrania, sin atender, ni entender, el grave problema de la bomba africana conformada bajo sus pies. África está a 14 kilómetros de España en el Estrecho de Gibraltar; a una valla de distancia en las ciudades de Ceuta y Melilla; y a pocas horas de Italia navegando en patera. Una bomba demográfica, económica, humanitaria y también de alto riesgo terrorista por la desestabilización del Sahel (Níger, Mali, Chad, Sudán y hasta diez países en ese ecosistema central africano)

Es una bomba demográfica de la que informan sangrantes episodios migratorios por mar (hacia Canarias, costas del sur de España, Italia o Grecia); por tierra (los refugiados sirios cruzaron Turquía y encallaron en los bosques griegos) y por aire (africanos que llegan a Brasil y que desde allí entran libremente en Portugal, como tantos brasileños).

Es una corriente incontenible, un drama humanitario, porque no solo la empuja el hambre y las guerras, sino también la frustración de jóvenes con formación, incluso universitaria, que arriesgan su vida en una patera en busca de una vida digna.

Pero es una bomba también terrorista porque en el corazón de la región del Sahel se viven episodios militares inquietantes, como el golpe de estado en Níger. (Añadamos el reciente golpe palaciego en Gabón, más al sur, en el golfo de Guinea, al ganar las elecciones un progresista). En esos territorios hay una alta penetración económica china y otra intervención, político-militar, dirigida desde Rusia, que envió allí a los mercenarios de Wagner. “La muerte de su jefe, Prigozhin, no detendrá esas acciones”, estima el jefe de la diplomacia europea Josep Borrell, vicepresidente de la Unión. Borrell no oculta su preocupación porque el gobierno legal de Níger combatía a las guerrillas yihadistas que ahora pueden aprovechar el vacío de poder.

La llamada de atención de Borrell sobre Africa es clave. Escuchémosla. Europa no puede vivir distraída con la inesperada guerra de Ucrania y con sus asuntos internos. Debe repensar su papel en Africa y preparar un gran plan de desarrollo en el continente, o resignarse a pagar las graves consecuencias de la inacción. “La Unión Europea debe superar su adolescencia geopolítica”, acaba de decir Durāo Barroso, ex presidente de la Comisión.

Alejándose de esa preocupación, Francia vive su crisis -Macron planea una serie de referéndums internos como último dique ante el crecimiento de la ultraderechista Marie Le Pen- y en Alemania no saben cómo contener el avance de las candidaturas antieuropeas y ultraconservadoras. Mientras, en Países Bajos, se estrena un partido nuevo de centroderecha -Contrato Social- que puede ser la revelación en las elecciones de noviembre.

España, entretanto, no logra formar gobierno. Salvo que el independentista catalán Carles Puigdemont, huido a Bélgica, dé el campanazo y permita la elección del conservador Núñez Feijóo, Pedro Sánchez podría ser reelegido presidente el 17 de octubre, como desean los socialistas. Pero dependerá del precio que exijan nacionalistas vascos y catalanes. Todos creen que este es el momento de apretar, pero hay altas probabilidades de repetir elecciones -sería la tercera ocasión consecutiva- si no hay acuerdo. Paradójicamente el prófugo de la Justicia es el que chuta los “penalties parlamentarios” decisivos. A mitad de semana planteará sus condiciones. Así que en plena presidencia española de la Unión, exhibimos la falta de Gobierno, que decidirá un fugado, y la caspa federativa después de que las jugadoras ganaran merecidamente el Campeonato Mundial de Fútbol. Ni el país, ni ellas, merecen ese espectáculo.

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