Inventario de perplejidades

Unos besos a eliminar

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

La vibrante copla que cantaron Carmen Morell y Pepe Blanco (el auténtico, no el político) nos recordó, oportunamente, que “los besos en España no se los dan a cualquiera”, excepción hecha de aquellos que transmiten amor verdadero y consentimiento recíproco. Así pudo haber sido el beso que el señor Rubiales le propinó a la señora Hermoso durante la tumultuosa celebración del campeonato mundial de fútbol femenino en Australia.

La emoción se desbordó y las jugadoras y aficionados y dignísimas autoridades (entre ellos, la reina Letizia y su hija la infanta Sofía) expresaron su alegría de la forma más espontánea posible bailando y cantando como a cada cual le dio Dios a entender.

El caso era embriagarse con el éxito deportivo. Entre los que así lo festejaban se pudo contar al señor Rubiales, entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, un puesto muy apetecible porque gratifica a quien lo ocupa con una popularidad y con una influencia equivalente a la de ministro.

El último varón en merecer ese puesto fue un exfutbolista andaluz, del que ahora todo el mundo habla, que se reveló más hábil en marcar los llamados goles de despacho que los que pudo acreditar sobre la hierba de los estadios. La gestión de Rubiales al frente de la RFEF fue muy polémica desde sus inicios y menudearon las denuncias sobre supuestas corrupciones. Pero sus grandes bazas fueron la final de la Supercopa de España en Arabia y la organización de los Campeonatos del Mundo de Fútbol de 2030 a celebrar simultáneamente en España, Portugal y Marruecos.

Llevar el deporte que más dinero y personas mueve a países islámicos y de clima desértico en los que el fútbol tiene menos interés que las carreras de camellos parece un disparate. Excepción hecha de los comisionistas, e intermediarios de todos los pelajes, que acabarán haciendo su agosto (hablamos de cuando agosto era un mes serio y previsible y no este carrusel de orgías climáticas).

Pues bien, andaba nuestro hombre yendo de acá para allá repartiendo besos y abrazos cuando se encontró de frente con la señora Hermoso a la que dio un beso que más pareció un picotazo de águila que un ósculo afectuoso. Al menos, esa es la imagen que nos sirvieron las televisiones.

La oportunidad del cámara que estaba al acecho en esa ocasión, y en otra en la que se puede apreciar al señor Rubiales tocándose los “mismísimos” en el palco de autoridades donde estaban la reina Letizia y su hija la infanta Sofía, fue el detonante del escándalo mediático que concluyó con la dimisión del presidente de la RFEF. Un comportamiento zafio puede castigar a quien lo protagoniza, pero no parece que vaya a prosperar como delito.

La sociedad española ha cogido la mala costumbre de acompañar con un beso en la mejilla el saludo que antes se rubricaba con un apretón de manos. Esta clase de besos desmadejados, insinceros y huidizos debían eliminarse de los protocolos. Los últimos de esa clase que vi fueron los que propinó la dirigente de Sumar, Yolanda Díaz, al presidente en funciones, Pedro Sánchez.

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