Gárgolas

El amarillo cadmio de Miró

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

Cuando te dedicas a opinar sobre lo que ocurre en el mundo es inevitable que la realidad más oscura, más tenebrosa, tarde o temprano te reclame la atención. Te puedes pasar días hablando de libros o de obras de teatro y exposiciones, o puedes dar un paseo por la calle y observar la enorme variedad de costumbres y registros de los humanos. O puedes analizar lo que sucede más cerca de ti, con el afán de entenderlo o con la voluntad explícita de criticar y proponer soluciones o combatir actitudes que crees que son indefendibles. O puedes detenerte en minucias que, vistas de cerca, son eso, minucias, y que, en cambio, te permiten navegar por un amplio océano de referencias históricas y de placeres estéticos. Por ejemplo, lo que han descubierto un grupo de expertos en restauración de obras de arte: la pintura amarilla que utilizaba Joan Miró, de la casa Lucien Lefebvre-Foinet, tenía unas deficiencias en la estructura química (los tubos de Amarillo Cadmio Limón, número 1, en concreto) que, con el tiempo han causado una pérdida del brillo original. Ocurría algo similar, por ejemplo, con el delicado lapislázuli de la bóveda de la capilla de los Scrovegni, en Padua, y con la extrema fragilidad de un fresco que se iba deteriorando (por la humedad, por la contaminación) con los años.

Puedes hablar de todo esto, pues, y pensar que en el mundo, de hecho, estas son las cosas importantes o, de repente, darte cuenta de que no todo se reduce a la límpida contemplación de la belleza o al interés por saber cómo el paso del tiempo nos aboca a la consumación de las rendijas. Es entonces cuando miras, por ejemplo, a Palestina. No eres un experto, pero sabes cuatro cosas, que son las cuatro cosas que todos más o menos sabemos. Que los terroristas de una época, si logran sus objetivos, son tratados de héroes en el futuro. Que la construcción de un Estado implica necesariamente violencia. Que hay heridas antiguas que todavía no han cicatrizado. Que la estabilidad no es fruto de los buenos sentimientos, sino de intereses enfrentados en un equilibrio precario. Y te haces preguntas. Varias. O tan solo una, la más decisiva. ¿Por qué ese ataque que reporta una sangrienta victoria efímera, un golpe de efecto a cambio de una previsible y anunciada represión que se acercará al aniquilamiento? ¿Por qué el suicidio colectivo? ¿Por desesperación absoluta? ¿Por innombrables giros geoestratégicos? Vuelvo al amarillo cadmio de Joan Miró y a los cielos de Giotto. “Qué tiempo este, en el que / hablar de árboles es casi un crimen / porque implica silencio sobre tantos delitos”. Lo decía Brecht.

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