Solo será un minuto
Cuidado con esas trampas
La memoria tiene muchos resortes que saltan en cuanto los pisas, como esas trampas de las películas de aventuras selváticas que aguardan desde hace siglos a que alguien llegue y cometa la imprudencia de adentrarse en espacios sagrados. Va caminando el explorador o aventurero tan pancho y, de pronto, el suelo o el techo se hunden, una tabla con clavos lo ensarta contra una pared o una lanza surge de un sitio escondido y el viaje se acaba. En la aventura de la vida tarde o temprano entras en territorio desconocido, llegas a lugares donde nada de lo que has aprendido te sirve para encontrar el camino correcto o esquivar los peligros que acechan en cada esquina.
En cada espina.
Cuando alguien a quien tú considerabas inmortal pasa al mundo de los ausentes, las trampas aparecen en los sitios que menos te esperas. Por ejemplo, te cruzas con una persona anciana en silla de ruedas y las heridas se reabren y el tiempo se lanza a correr marcha atrás y todos esos recuerdos entre tristes y tristísimos que ya nunca te abandonarán pasan a primer plano durante el tiempo necesario para volverte del revés, como un calcetín desparejado. O escuchas una canción que pone a bailar el pasado o ves en una pastelería el dulce por el que alguien que ya no está se relamía. Tantas cosas sin importancia que fueron lo más importante, aunque no lo supieras. Quizá porque no lo sabías.
El duelo es un animal extraño. Nunca sabes por dónde va a tirar y es imposible ponerle fecha de caducidad. Tal vez lleves una temporada más o menos tranquila, pero un día estás en la cola del supermercado y de golpe y porrazo te das cuenta de que no recuerdas cómo llegaste hasta allí. Así que no queda más remedio que seguir caminando y convertir las trampas en rampas.
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