¿Hacia dónde vamos?

Óscar R. Buznegro

Óscar R. Buznegro

El mundo y la vida de las personas están cambiando a una velocidad y de una manera en algunos aspectos tan radical que sentimos vértigo ante el futuro. La política fue creada para ofrecer certezas mínimas, no para provocar un desorden, aunque con frecuencia su efecto sea el de añadir más incertidumbre y desorientación. En una democracia, los políticos presentan sus propuestas y toman decisiones cuando les corresponde; los ciudadanos opinan y, votando, tienen la última palabra. Acaban de hacerlo los argentinos y los holandeses, que han optado por dirigentes partidarios de dar un viraje al rumbo seguido por sus países. Meses atrás, los españoles celebramos elecciones generales. Un número mayor de votantes también se deslizó entre nosotros hacia las posiciones de la derecha, pero el pronunciamiento fue poco claro. Se produjo casi un empate entre la derecha y la izquierda, el PP fue el partido más votado y, finalmente, ha sido el PSOE el partido encargado de formar un gobierno, que es de coalición y ha resultado posible gracias al apoyo de los partidos nacionalistas periféricos.

A los ejecutivos presididos por Pedro Sánchez los acompaña desde el principio una sombra de duda, si no de sospecha, según de quién proceda la interpelación. Recuérdese que Albert Rivera, en la fallida investidura posterior a las elecciones de abril de 2019, advirtió con tintes siniestros de un plan confabulado por el líder socialista con los independentistas que tendría consecuencias nefastas para España. Los partidos nacionalistas han pasado de verlo como un cómplice del Estado centralizador y represivo a estar dispuestos, con todas las cautelas, a traspasar la puerta que les ha abierto prometiéndoles atención y buena ventura. La derecha radical lo acusa directamente de conducirnos a la Venezuela de Maduro y le pone el baldón de autócrata. La convencional, más prudente, incapaz no obstante de reprimir algún exabrupto, alerta del peligro de una deriva que nos lleva a una democracia iliberal. González, Guerra y otros popes del PSOE, experimentados y sabios en el arte de la política, se refieren a su secretario general como un intruso en la tradición socialista y elevan el tono de voz para que se oigan sus paternales admoniciones, sin mucho éxito. El PSOE oficial capea el temporal y guarda silencio.

Ciertamente, en la última década se han introducido notables variaciones en las pautas de la política española. Las novedades son visibles, sobre todo, en los partidos, los componentes de la clase política y el comportamiento electoral. Sobresalen los cambios en el sistema de partidos. Unos, como Ciudadanos, Convergencia o Unió, han fracasado y desaparecido, y otros, como Podemos o Vox, han surgido y, en particular en el segundo caso, aún es pronto para hacer un pronóstico sobre su porvenir. Es claro que todas fuerzas políticas han evolucionado. Los que más, los nacionalistas catalanes conservadores, que de aprobar el estado autonómico, aún manifestando su incomodidad, como solía hacer Pujol siempre, súbitamente han desplazado su ubicación hasta situarse en un independentismo explícito e incondicional, el postulado por Junts y las corrientes más radicales, que ya se preparan para competir en las próximas autonómicas catalanas. El PSOE está experimentando una mutación y no se vislumbra todavía la definición ideológica y la posición política que servirán para identificar con claridad al partido.

En medio de este panorama convulso, la aparición de Pedro Sánchez ha traído confusión al partido y a la sociedad española. Se aprecia en relación con la organización territorial del Estado. Las negociaciones del PSOE con los nacionalistas han puesto en guardia a las comunidades autónomas. Una España vigila de cerca los movimientos de la otra España. Los nacionalistas catalanes y vascos están empeñados en alcanzar sus siguientes hitos: recibir los honores de nación y permiso para convocar un referéndum de autodeterminación. El Gobierno habla de reencuentro, concordia y pluralidad, pero no concreta su propuesta de modelo territorial. En la Declaración de Granada, en el verano de 2013, el PSOE defendió el estado autonómico de centralistas y separatistas, y abogó por su reforma, consensuada, de acuerdo con los principios del federalismo cooperativo. Los pactos de investidura, sin embargo, van en otra dirección, sin precisar cuál, pero que podría ser una opuesta. La responsabilidad recién asumida de nuevo por el PSOE le exige que aclare la política territorial que va a desplegar el Gobierno. Hemos llegado a un punto en que es urgente abordar esta cuestión. Nuestro imperfecto estado autonómico ha previsto específicamente para ello dos foros: la Conferencia de Presidentes, cuyo reglamento establece que debe reunirse dos veces al año, y el Senado, cuyo reglamento ordena que cada año se celebre una sesión plenaria para debatir la situación de las Autonomías.

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