La espiral de la libreta
Vargas Llosa, la despedida del articulismo
A los 87 años, el maestro Mario Vargas Llosa ha comenzado a despedirse. En octubre salió la que será su última novela (Le dedico mi silencio, Alfaguara) y el domingo pasado dijo adiós a sus lectores de El País con un artículo de cierre después de 33 años publicándolo. No le puso título; dejó solo el de la sección: Piedra de toque. Así llamaban al trozo de jaspe negro con que comerciantes y joyeros detectaban monedas falsas siglos atrás. Bastaba con frotar el doblón o la alhaja sobre la piedra y verter ácido encima de la huella, cuya reacción indicaba enseguida si se había hecho trampa con bronce o plomo. Piedra de toque: un buen epígrafe para una columna si esta pretende aquilatar lo auténtico, encontrar una esquirla de verdad.
El premio Nobel hispanoperuano dedicó el texto final a los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria mediante un único consejo: “defender su verdad”, coincida o discrepe con la línea editorial que mantenga el periódico. Decir tu verdad, tal como la entiendes y asumiendo que siempre contiene un margen de error. En el verano del año pasado, The New York Times estrenó una serie en la que ocho columnistas confesaron alguna pifia en sus escritos —entre ellos, Paul Krugman reconoció haberse equivocado con la inflación—, práctica esta que sería de muy loable aplicación tanto en los medios de comunicación, como en política y la vida en general. Tu verdad. Digamos que esa constituiría la base imprescindible, la peana.
Atenerse a una idea
En la entrevista a dos páginas que acompañaba la última Piedra de toque, Vargas Llosa añadía otra lección, una frase del intelectual francés Jean-François Revel: “La columna debe ser una idea”. Cierto. Si hay más de una, el dardo se dispersa y acaba por confundir la diana. Pero el atenerse a la verdad y a una sola idea me supieron a poco después de 70 años de oficio, desde que el escribidor adolescente se inició en el periódico limeño La crónica. Tenía sed de más. Por suerte, entre líneas, se deslizaron otras pistas.
El novelista confesaba a su entrevistadora, Andrea Aguilar, que las últimas tribunas se le hicieron cuesta arriba porque los engranajes de su memoria ya no son los que eran. Una lástima, una jugarreta de la edad. Porque es en ese pantano donde el columnista bucea para rescatar temas y relacionar un hecho con otro. Somos nuestra memoria, el alimento que le damos.
Y aun otro consejo emboscado. Si el artículo perdurable, según Vargas Llosa, es aquel que transparenta “el debate que un columnista tiene consigo mismo a lo largo del tiempo”, a la fuerza deben aflorar en el texto, de vez en cuando, dudas, tanteos, confusiones. Porque hay días en que el mundo amanece opaco. Dicho en otras palabras, la vanidad escribe pésimas columnas. Creo.
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