Crónicas galantes

Entre inocentes y tontos

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Están hoy de fiesta los inocentes, suponiendo que aún quede alguno por ahí. Es una de las pocas tradiciones que los americanos no han colonizado todavía, tras endosarnos su Black Friday e implantar en pocos años el carnaval de Halloween en lugar del día de Todos los Santos.

Raro parece que no nos hayan colado su propio día de Inocentes, que allá han bautizado como el Día de los Tontos y se celebra el 1 de abril. En el mundo aproximadamente hispano, las bromas suelen gastarse tal día como hoy, aunque haya más de una excepción. Es el caso de los gallegos, que siempre están dando la nota y hasta no hace mucho guardaban la costumbre de hacer trastadas el 1 de abril, Día dos Enganos en el que los burros van donde no deben ir. Las inocentadas, el 28-D, eso sí.

La cosa de los Inocentes ha ido decayendo desde que internet y las redes sociales desbancaron a los periódicos como proveedores de bromas. Los bulos, que antes se difundían una vez al año, circulan ahora a diario con tal éxito que la fecha tradicional del 28 de diciembre ha perdido casi todo su interés. Los nuevos medios intentan tomarnos el pelo sin distinción de fechas: y muy a menudo lo consiguen.

Twitter, a la que llamaremos X, fue de las primeras en lanzar sus propias inocentadas. Años atrás anunció que eliminaría las cuentas de aquellos de sus clientes que perpetrasen faltas de ortografía, broma que sembró el pánico entre muchos de los que la tomaron en serio.

También Google se sumó a la tradición con el lanzamiento de la imaginaria Google Nose (o Google Nariz). Se trataba de una herramienta que, mediante una mezcla de fotones y ondas de sonido, permitiría oler lo que el usuario veía en la pantalla. Se supone que muchos afilaron sin el menor éxito su olfato, hasta que la multinacional aclaró que solo era una inocente tomadura de pelo.

Incluso los científicos, gente sabia y por tanto dotada de sentido del humor, se apuntaron a las inocentadas en la red. La revista Nature, un suponer, publicó una investigación que probaba la existencia histórica de los dragones y el eventual regreso de estos animalitos de fantasía como consecuencia del cambio climático.

Algunos de estos bulos no fueron tales, sino simples adelantos de lo que sucedería con el paso del tiempo. Tal fue el caso de la inocentada que un diario norteamericano publicó hace algunos decenios al dar la exclusiva de la llegada del hombre a la Luna. Diez años después de esa premonitoria noticia, el astronauta Neil Armstrong puso pie, efectivamente, en nuestro satélite.

Las inocentadas se han convertido en un asunto tan viejuno como las películas de Paco Martínez Soria. No es que el público al que se destinaban haya perdido la inocencia. Simplemente, las redes sociales han difuminado los límites entre la realidad y la invención hasta el punto de que ya nadie se cree nada a la vez que, paradójicamente, tiende a creerse todo lo que por ahí se publica.

En el maravilloso nuevo mundo digital abundan los creyentes en la forma plana de la Tierra y en los gobiernos que aprovechan las vacuna para implantarles chips de control a sus ciudadanos. No ha de extrañar que el día de los inocentes —y el de los tontos, en su versión anglosajona— pase ya casi inadvertido.

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