El mayor triunfo del negacionismo

Ana Bernal-Triviño

Ana Bernal-Triviño

Cuando acabé una de mis conferencias, una mujer se me acercó. Me contó la historia de una conocida muy cercana para ella, asesinada por violencia de género por su pareja, con el mayor sufrimiento. Quedaron huérfanos dos hijos pequeños. Me narraba, impresionada, cómo ha evolucionado todo años después: él ya está libre y esos críos, que ya son adolescentes y adultos, sostienen ahora que “la violencia de género no existe” o que “la culpa es de las mujeres”.

El mayor triunfo del negacionismo ya no es solo convencer a los que tuviesen dudas, sino que aunque incluso tu padre mate a tu madre, tú, como hijo, lo niegues. Suponemos que, además, se añade la teoría del refuerzo. Lo que ocurre cuando esos jóvenes compartan sus pensamientos con otros que opinen lo mismo que ellos. Cuando los colegas o referentes en redes fortalecen esa idea... ya es un caso perdido. El negacionismo también ha triunfado de otras muchas maneras contra las víctimas, y no solo dejando las políticas feministas marginadas, sino cuando hay gente que incluso es capaz de escribir en las redes a la hija de Ana Orantes para atacarla.

Acaba un año con un aumento de víctimas de violencia de género, y aumento de víctimas de violencia sexual. Y no es por casualidad. No hay nada que funcione más en el negacionismo que valerse del proceso de deshumanización de las víctimas. Y eso forma parte de nuestro imaginario social, donde los medios de comunicación han tenido —y tienen— un papel fundamental. A veces, dando más voz y autoridad a negacionistas que a feministas, a las que se ha silenciado o ridiculizado. A veces, dando voz no a profesionales, sino a tertulianos con mitos. A veces, dando más voz a teorías que culpan a la propia víctima.

¿Casos que sirvan de ejemplo? Hace semanas fue la declaración de Óscar, único investigado por el caso de Esther López, en Traspinedo. Recuerdo cómo, en los primeros días, en los medios no dejaban de verterse ideas que apuntaban a ella y su comportamiento, o a lo que hubiese tomado ese día. La causa era justificar aquel final según la responsabilidad de ella. El análisis de género detrás de este asunto, como hipótesis periodística, quedó bastante al margen.

Igual ocurrió cuando, por estas fechas, apareció hace años el cuerpo de Diana Quer. No sé si recuerdan las horas dedicadas a cuestionar cómo era la relación de la hija con sus padres. Incluso se hacían en directo análisis grafológicos de la firma de la joven para describir cómo era, porque si era rebelde o tenía poca autoestima y tal… ya se sabe. Luego incluso se llegó, casualmente, a evaluar y hablar lo que la madre hacía o dejaba de hacer en su vida privada. Y mientras todo eso ocurría en la tele, sin que nadie haya pedido perdón, el cuerpo de Diana Quer estaba en un pozo. Un cadáver que se localizó solo porque el Chicle andaba suelto e iba a secuestrar a otra mujer.

Y si esto ocurre con mujeres asesinadas, con víctimas que tienen nombres y apellidos, sobre las que se desliza la duda, imaginen cuando sigues viva y has pasado por violencia de género en tu pareja. Porque claro, en esos casos hay quien lo sigue viendo como relaciones privadas donde es mejor no meterse. Y el asunto empeora más cuando eres madre… y mediática. Lo hemos visto estos días con Bárbara Rey. Suerte que su hija sigue al lado. Pero ya se sabe, a las víctimas se les exige ser impecables. Tienen que saber siempre cómo reaccionar y sobreponerse al segundo, aunque te acaben de maltratar, porque tu hijo te lo podrá echar en cara años después. Y es que las madres tienen que ser santas. No irse de fiesta, no tener otras relaciones. Tienen que aguantar y callar. Cuanto más se habla de ellas, menos se habla de lo que ellos hicieron, claro. Menos se habla de por qué unos hijos terminan apoyando a un maltratador y dañando a la víctima. Ya lo han visto en el arranque del artículo, hijos que ni respetan cuando ella ha sido asesinada.

No siempre es cuestión de sangre y de familia al final. Es cuestión de cultura, ideología y manipulación. Lo triste es que tanta prensa, año tras año, se dedique a ello. A señalar y plantear la duda sobre ellas para que otras, que lo estén viendo, aprendan que es mejor estar callada y que sea lo que tenga que ser. Abandonadas a su suerte.