Gárgolas

Que nunca existieron

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

El documental danés Fantastic machine nos habla de las imágenes, desde el fenómeno óptico de la cámara oscura y de las primeras fotos artesanales hasta los miles de millones de cámaras que generan cada día en el mundo más de 3.000 millones de fotografías. También nos informa de las imágenes en movimiento, desde aquel jinete que volaba en lo alto de un caballo, desde el tren que entraba en la estación y asustaba a los primeros espectadores atónitos, hasta el alud de tiktoks de hoy en día y la lucha desatada por ser viral en un océano de noticias, frivolidades, falsedades e irrelevancias diversas.

La máquina fantástica es la respuesta del rey Eduardo VII de Inglaterra, justo después de ver las imágenes de su coronación, en 1902. Un atrevido productor americano, Charles Urban, encargó a Georges Méliès (¡nada menos!) que filmara el evento. Como no pudieron rodar en Westminster, se lo inventaron. La ceremonia fue grabada en París con actores que se parecían a los protagonistas y con juegos visuales del cineasta para simular que estaban en Londres. El corto se estrenó la noche del mismo día en que Eduardo VII era coronado y, por supuesto, muchos se tragaron la trampa. La inmediatez y la celeridad no eran virtudes del momento y, por eso mismo, el impacto fue aún mayor, difícil de imaginar desde nuestros ojos del siglo XXI. Cuando el rey vio el filme, dijo: “Es espléndido, qué máquina tan fantástica. Incluso han encontrado la forma de grabar partes de la ceremonia que nunca existieron”.

En el documental, premio en Sundance y que ahora se puede ver en Filmin, hay pedagogía y humor. Detalles que provocan la hilaridad y, al mismo tiempo, hacen temblar. “Es más bien —ha escrito Jofre Font— un vídeo-ensayo que hace historia y reflexiona sobre el poder de la imagen en movimiento”. De hecho, la historia de las imágenes es un relato sobre el engaño. Por ejemplo, el caso de la pieza de unos combatientes del ISIS que están grabando un spot de propaganda mortífera. Vemos el entramado, los problemas del terrorista para memorizar el texto, las risas de los compañeros, las repeticiones. O la frialdad con la que Leni Riefenstahl habla de los movimientos de la cámara para agrandar y magnificar los desfiles nazis. “Aquí no hay política —dice—, es solo una cuestión técnica”. O la idea de un productor de televisión, esencia del medio: “Nuestra programación quiere conseguir que los cerebros sean accesibles”. No lavarlos, sino desbrozar el camino para que, después, pasen las divisiones acorazadas.

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