Inventario de perplejidades

Sobre el polvo enamorado

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Tengo un amigo de aproximadamente mis años que quisiera terminar el tramo final de su existencia haciendo realidad el sentimiento que tan poéticamente describió el maestro Francisco de Quevedo y Villegas: “Polvo seré, más polvo enamorado”, dijo el autor de La vida del Buscón.

Esa reserva de intimidad tan finamente expresada parecerá un comportamiento extraño en un hombre con merecida fama de cáustico, sarcástico, engreído, arrogante y muy capaz de gastarle una broma pesada a un rey a riesgo de dar con sus huesos en la cárcel.

Las equivocaciones en el amor son dolorosas y al que las padece, que no son pocos, hay que compadecerlo y si hay trato habitual, escucharlo aparentando interés, porque en ese estado de excitación no atienden a razones y se suele confundir la pasión con el atolondramiento. Sabedor de que no hay una receta eficaz para atajar esa enfermedad, salvo que te toque el premio máximo del sorteo de Euromillones, que seguramente tampoco compartiría.

Los medios nos dan cuenta de enfrentamientos entre loteros y apostadores que disputan a palos (como en la famosa comedia de Molière) el derecho preferente a cobrar porque las papeletas de la apuesta no tienen un sistema de identificación que garantice al cien por cien del derecho exclusivo a percibirlo. Lo que sí parece seguro es que el momento de azuzar el fuego que ha de convertirnos en polvo, aunque no sea enamorado, no obedece a una norma fija.

Lo usual sería que los brotes pasionales florezcan durante la juventud de los abrasados por el amor, aunque eso nos enfrente a la realidad de la extensión de ese sentimiento desde la pubertad a la madurez (y aún a la senectud). Un territorio inmenso y desconocido que ha poblado los gimnasios, y las consultas de los psiquiatras. Suele oírse en los funerales más de una conversación como esta:

“–¿Qué edad tenía el difunto?, le preguntan a un familiar al que se supone bien informado.

–78 años y en septiembre cumpliría uno más.

–¡Ah! ¡Muy joven!, le contestan admirados. Aún tenía tiempo para disfrutar de la vida con esa novia (o novio) tan guapo/guapa a la que conoció en el club de tenis”.

Todos los informes sociológicos nos indican que el sentimiento juvenil está cada vez más extendido. Y que nadie se resigna a dejarse atrapar por la ancianidad y la decrepitud. En su genial novela de anticipación Un mundo feliz, el escritor británico Aldous Huxley describía una sociedad donde todos los ciudadanos/ciudadanas llegaban al momento de su programada extinción con un aspecto físico impresionante. “Neumáticas”, les llamaban a las mujeres mejor dotadas.

Divago con este amigo sobre esa desesperada vocación suya de convertirse en “polvo enamorado” cumplidos ya los 80, pero no encuentro la forma de librarlo de esa obsesión. Y hasta es preferible que no lo haga. En una de sus películas, el cineasta norteamericano Clint Eastwood decía que el mejor antídoto contra la decrepitud es “no dejar que el viejo entre en casa”. Como si fuera la polilla.