Opinión | Mujeres

Agatha se pasa al ‘true crime’

Sarah Phelps es la guionista de la serie de la BBC The Sixth Commandment —título reconvertido en España como El quinto mandamiento, para acomodarlo a la tradición católica—. Es también la responsable de las adaptaciones televisivas de varias novelas de Agatha Christie, además de algunos relatos de Charles Dickens y de J. K. Rowling, y una maestra recreando la idiosincrasia británica, con todos esos personajes que cuidan religiosamente de sus jardines, que veneran a sus perros, que cultivan la pulcritud y no faltan al oficio religioso semanal. En El quinto mandamiento, se respira y se siente la misma atmósfera y la misma opresión que en las intrigas de Agatha Christie. Todo es inevitablemente británico.

Hace un par de años Sarah Phelps firmó otra serie, con un título que viene muy al caso: Un escándalo muy británico, también de la BBC y sobre el escandaloso divorcio del duque de Argyll. Aristócratas escoceses, damas sofisticadas y elegantes, pasiones inconfesables y mucho puritanismo. Muy británico, desde luego.

Ese es el terreno que domina Sarah Phelps. Quienes hayan frecuentado la lectura de Agatha Christie reconocerán en sus guiones los mismos escenarios apacibles y ordenados, los pueblos donde parece que nunca pasa nada y esos vecinos amables, siempre con la tetera al fuego, y, por debajo de todo ello, secretos, rencores y pasiones inconfesables. Todo eso está también en El quinto mandamiento, con la diferencia de que lo que se cuenta aquí es real, y lo que no es real sirve a la narración, sin desvirtuarla.

Lo que cuenta la serie en sus cuatro capítulos son los acontecimientos que condujeron al asesinato de dos respetables vecinos de Maids Moteron, un pueblo a apenas un kilómetro de distancia de Buckingham. Más británico, más novelesco, imposible. Son un profesor universitario, recién jubilado, y una profesora, también entrada en años. Dos tipos, tanto él como ella, inspiradores, respetados y queridos. Bondadosos e inteligentes, de una profunda sensibilidad, una sincera religiosidad y muy comprometidos con su comunidad.

En ese apacible escenario, al que apetece mudarse, irrumpe la maldad y con ella los dos viejos son reducidos a dos individuos debilitados, manipulables y ridículos. En eso podría quedar este asunto si no fuera porque Sarah Phelps, y el director de la producción, Saul Dibb, se las ingenian para mostrarnos la belleza que hay en la vejez y para hacernos sentir repugnancia hacia quien se atreve a ultrajarla. También se percibe el dolor de la pérdida, el remordimiento de las familias por no haber estado más atentos, por andar siempre apresurados.

Hay en la vejez una inmensa belleza y una oportunidad que no siempre estamos en disposición de aprovechar. Hay mucha frivolidad, y escasa humanidad, en quien duda del valor de esas vidas fatigadas, por inevitable y cercano que sea su final.

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