Opinión | Inventario de perplejidades
La corrupción ajena como argumento
Procuro no entretenerme demasiado con el estudio de los rasgos faciales de algunos de los personajes implicados en la sucesión de escándalos políticos que nos abruman desde el inicio de la Transición, hace ya cuarenta años. Podía haberse aprovechado ese periodo de tiempo para hacer pedagogía con una ciudadanía mal formada en materia de derechos democráticos durante el franquismo. Por supuesto, los llamados a esa imprescindible tarea no reunían las condiciones requeridas, dejando a un lado la buena fe de la mayoría y el entusiasmo que pusieron a título personal.
Una de esas carencias resultó ser la constante utilización de la corrupción ajena como argumento decisivo para ganarse el favor de la opinión pública. Y, de paso, proclamar la superioridad moral de nuestras convicciones sobre las de nuestros oponentes. Los politólogos coinciden en aludir a esa conducta con la manida expresión “Y tú más”, que nos retrotrae a las disputas de patio de colegio.
Todos estos años, hemos asistido a un intercambio frenético de casos de corrupción, al modo en que se comportan los protagonistas de una escena del cine mudo lanzándose unos a otros tartazos de nata. La diferencia es que en este penúltimo caso el material cremoso utilizado en el obrador de la pastelería no es excesivamente bien oliente.
El penúltimo episodio de esta forma peculiar del debate político “pone sobre la mesa”, que dicen los tertulianos, el caso Koldo. Al parecer, el tal Koldo, antes de ser asesor personal del exministro y “hombre fuerte” del PSOE José Luis Ábalos, fue portero de un puticlub, entre otras honestas dedicaciones. Ahora los medios, la oposición y, lo que es peor, su propio partido, lo implican supuestamente en la contratación ilegal de mascarillas durante la epidemia de COVID.
El primer pleno sobre este asunto se resolvió a tartazos y los diputados se emplearon a fondo en los insultos. Uno de los ministros de Sánchez, el exalcalde de Valladolid Óscar Puente (que, por cierto, habría sido requerido por el presidente Sánchez para dar la cara contra la previsible ofensiva del PP) tuvo una punzante intervención. Se preguntaba sobre la actual situación de altos cargos populares. “¿Dónde está Rato?”. Y se contestaba: “En la cárcel”. “¿Dónde está Matas? En la cárcel. ¿Dónde está Griñán? En la cárcel”. Y así sucesivamente, porque la lista es larga.
La crueldad de los políticos es proverbial. Entre ellos y contra los enemigos que vayan surgiendo. José Luis Ábalos lo sabe perfectamente y no se hace ilusiones sobre su porvenir. Aún tenemos memoria reciente del apuñalamiento de que fue objeto Casado, la joven promesa de la derecha española. Tome nota Núñez Feijóo, cuya figura se ha silueteado con cuchillos lanzados por un fulano disfrazado de indio de las praderas. De momento, se ha salvado de las ansias de los medios capitalinos que ya empezaban a moverle la silla. Le reprochan no haber conseguido ganar las elecciones generales por un más amplio margen, lo que les hubiera permitido alcanzar la presidencia del Consejo de Ministros.
Acusar a los que te reprochan parecidas conductas a las suyas parece una estupidez. Salvo que unos y otros anden mal de memoria.
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