Opinión | Crónicas galantes

Corruptos Sin Fronteras

Allá por sus años inaugurales en el poder, Pedro Sánchez viajó a Lisboa para inspirarse en el socialismo portugués, como quien va a buscar una receta de bacalao. Antonio Costa, a la sazón primer ministro, había conseguido satisfacer por igual a los mercados y a los trabajadores, aun gobernando en minoría. Era el ejemplo perfecto.

No fue tan perfecta la imitación. Donde Costa había aplicado socialdemocracia y templanza, Sánchez optó por un gobierno de coalición con la izquierda más extremada. Y si el modelo portugués fomentaba la concordia, la presunta copia española de la receta tiró más bien hacia el enfrentamiento entre bloques. Al final, los gobiernos ibéricos se parecían tanto como un huevo y una castaña.

Alguna similitud hay, sin embargo. Se trata, como el agudo lector ya habrá intuido, de los asuntos del trinque, el cohecho y la mano larga.

Costa, magnífico gestor, dimitió de inmediato hace unos meses por un caso de corrupción que afectaba, entre otros, a su jefe de gabinete y a un empresario amigo. “Las sospechas no son compatibles con la función de primer ministro”, dijo el portugués a modo de declaración de principios para explicar la rapidez de su dimisión.

También aquí ha estallado estos días un caso de presunta distracción de caudales públicos en forma de comisiones que podría salpicar a un exministro y acaso a otras figuras del partido en el Gobierno. Lógicamente, no ha dimitido nadie, dado que la presunción de inocencia protege por igual a gobernantes y gobernados.

En esto se conoce que la corrupción, tan vieja como el acto de gobernar, acaba por trascender las fronteras; aunque unos dimitan más rápido que otros.

En España, país que alumbró al Buscón y al Lazarillo de Tormes, la pillería se considera casi un hábito, mayormente entre quienes disponen del poder y sus presupuestos adjuntos. Tanto es así que la corrupción fue el motivo —o pretexto— para tumbar hace cosa de seis años al Gobierno que presidía Mariano Rajoy.

Parece natural que el partido apartado entonces del mando se emplee ahora a fondo para exigirle dimisiones al presidente Pedro Sánchez, beneficiario de aquella moción de censura. Víctima del efecto bumerán, el Gobierno ha respondido con la vieja técnica del: “Y tú, más”, lo que da estos días al Congreso un cierto aroma de establo.

Ya metidos en asuntos ibéricos, debiéramos atender a las enseñanzas de Manuel João Vieira, candidato rockero que se presenta regularmente y sin el menor éxito a la presidencia de Portugal. “Solo dimitiré si me elegís”, suele prometer el eterno aspirante para distinguirse de otros que se apegan al sillón como lapas.

Propone además Vieira la creación de ministerios de Pesca y Mujeres; y de Prostitución y Bosques, idea que —aun pareciendo extravagante— daría mucho juego en el actual ambiente de (presunta) corrupción que tan entretenida tiene a España.

Aquí se le podría añadir un Ministerio de Comisiones y Marisquerías, pongamos por caso, para acotar en un solo departamento estos enojosos asuntos y evitar así que salpiquen por todas partes.

Ni siquiera a Vieira se le ha ocurrido crear, eso sí, una ONG de (presuntos) Corruptos Sin Fronteras. Material no faltaría, desde luego.

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