Opinión | Inventario de perplejidades

Objetivos de un genocidio

El genocidio perpetrado en Gaza por el Ejército de Israel ha obligado a “cambiar de canal” a la opinión pública europea, a la que las imágenes de las matanzas le provocan mala conciencia. Es imposible permanecer indiferente ante el televisor mientras nos pasan imágenes de la barbarie. Nunca hasta ahora había resultado tan evidente la sumisión de la Unión Europea a los intereses de Estados Unidos y de Israel que, “tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”, según recoge la famosa divisa de los Reyes Católicos.

La gente no entiende que una nación de 7 millones de habitantes como Israel parezca imponer su voluntad de exterminar (o casi) a la población palestina de Gaza, mientras el Gobierno de los Estados Unidos, todavía la primera potencia económica y militar del mundo con 353 millones de habitantes, mira para otro lado. Una distancia sideral que no se compadece con la insistencia de Netanyahu en hacer caso omiso de las peticiones del presidente norteamericano, Joe Biden; de la Unión Europea, del secretario general de la ONU, de la Liga Árabe, y de muchas otras entidades de ámbito internacional.

Todo el mundo está medianamente informado sobre que en la creación de un llamado “Hogar Judío” influye decisivamente el sentimiento de culpa por los horrores del holocausto impulsado por los nazis con la población de origen judío.

Para elegir el lugar donde habría de instalarse se barajaron distintos territorios, incluidos algunos de Estados Unidos, donde personas de esa raza y de esa religión se habían integrado sin demasiados problemas y donde llegaron a ocupar importantes parcelas de poder. Al final, el territorio escogido fue Palestina, por argumentos históricos, bíblicos y geopolíticos, pues fue allí donde estuvo aposentada la legendaria “Tierra prometida” que Dios le había prometido a Moisés.

Bien, todo esto es literatura más o menos legendaria y no vamos ahora a descubrir la fuerza de los mitos en la creación de reinos, imperios y ahora estados. Pero el problema llegó cuando hubo que echar de esas tierras a quienes las habitaban desde hacía siglos, aunque bajo dominio —entre otros— de los califatos de Bagdad, el imperio turco y, por último, el imperio británico.

Los ocupantes judíos no se anduvieron con muchos miramientos y fueron objeto de tremendos atentados terroristas. Lo que no fue impedimento para que a uno de aquellos guerrilleros le otorgaran el premio Nobel de la Paz que compartió con el líder palestino Yasir Arafat. Me refiero a Isaac Rabin, que fue elegido, andando el tiempo, primer ministro de Israel. Los esfuerzos para poner fin a las sucesivas guerras entre los palestinos y los judíos fracasaron, pese a la mediación de las grandes potencias, la enemiga de los radicales de ambos bandos. Uno de esos, un militante de la extrema derecha, asesinó a Rabin por su política de apoyo a los pacifistas partidarios del llamado “pacto de Oslo”. De entonces hasta hoy las cosas no han hecho más que empeorar. Las brutalidades se suceden, pero lo que más me impresionó fue el dato de que la mayoría de los asesinados son miles de mujeres y de niños, lo que explicita el objetivo genocida del Ejército de Netanyahu. Cuando la buena gente quiere salvar de un peligro inminente a los que más sufren suele gritar: “Los niños y las mujeres primero”. ¿Qué triste destino espera a los niños y a las mujeres de Gaza?