Opinión

Euskadi: el terrorismo todavía

El terrorismo ha vuelto a estar presente en el País Vasco en estas vísperas electorales, aunque por fortuna de forma meramente retórica, si se exceptúa la agresión extraña que ha sufrido el candidato del PNV por obra de un sujeto que no parece tener relevancia política alguna. Como es sabido, la irrupción de la extinta banda armada en el debate ha venido de la mano de una pregunta del periodista de la SER Aimar Bretos al candidato de EH Bildu sobre la condición terrorista de ETA, que el político se negó a reconocer. Pello Otxandiano, nacido en 1983, entró en política en 2011, justo el año en que ETA anunciaba el fin de la violencia, y se le consideraba perteneciente a una generación, la siguiente a la de Otegi, que no había participado activamente en el conflicto y por consiguiente era más capaz de superar los rescoldos de aquella colosal hoguera. Pero se mantienen los prejuicios y las obstinaciones.

Tres días después del incidente, Otxandiano pedía “perdón” a las víctimas y reconocía que su formación «fue agente de dolor en el pasado», si bien ahora está dando «pasos» por la convivencia, pero se negaba tácitamente a utilizar el término “terrorismo” que Sortu, el partido heredero de Batasuna que forma el núcleo de EH Bildu, niega obcecadamente. A juicio de los sucesores del brazo político de ETA, en Euskadi hubo una “lucha armada” por la soberanía de Euskadi, que trascendería de la delincuencia común, de la violencia fanática que entraña la palabra en cuestión.

El asunto admite ya pocos matices, especialmente pon que esta versión de los hechos que trata de mantener el sector más duro de EH Bildu es imposible racionalmente. ETA nació en 1959, con el objetivo de establecer un Estado Socialista Vasco independizado de España, que en aquel momento estaba en manos de un dictador, de un gobierno ilegítimo. Por aquel entonces y hasta la muerte de Franco en 1975, ETA fue considerada internacionalmente un grupo de oposición de la dictadura militar, y como tal recibió apoyos internacionales —el caso de Francia, que se convirtió en refugio de los etarras, es paradigmático— y obtuvo incluso la complicidad secreta de un sector de la ciudadanía española, que había de callar porque le iba la vida en ello.

Pero en 1975 comenzó un gozoso trayecto de construcción democrática en España, basado en una amnistía general y en el impulso impecable a un proceso constituyente e integrador que alumbró en 1978 un régimen ejemplar, que suscitó el aplauso del mundo occidental, de las grandes democracias históricas, y permitió a España salir de su ostracismo y alinearse en Europa con las fuerzas creativas y liberales que gestionaron la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, que habían ganado los enemigos de Franco.

Por supuesto, ETA se benefició de aquella amnistía, que lógicamente dejó también en libertad a los artífices de la dictadura. Como es bien sabido, un sector de ETA aceptó entrar en aquel juego democrático, que no tenía opción alternativa. Pero ETA-militar, después de salir de las cárceles, mantuvo irreductiblemente su apuesta de violencia. Es más, la virulencia de ETA fue mayor en democracia que en dictadura, aprovechando las recién creadas libertades para expandir con más facilidad el horror, la violencia y la sangre. Los otrora militantes por la “liberación nacional” pasaron a ser asesinos a sangre fría, sayones sin alma, verdaderos genocidas que provocaron matanzas indiscriminadas .

El desdén de ETA hacia la democracia la convirtió en una “banda armada”, en una “organización terrorista”, sin más apelativos ni disculpas, a los ojos de los españoles y de todas las democracias. Francia cooperó con España hasta donde fue preciso para estrangular aquel foco de delincuencia que retrasó el desarrollo del País Vasco, auspició una intolerable emigración política y generó muerte y dolor en sectores amplísimos de la sociedad.

Reconocer esta evidencia es necesario para que la reconciliación nacional en Euskadi sea un hecho en términos morales, susceptibles de afianzar políticas de reencuentro y superación. Y negar la realidad es absurdo: EH Bildu sabe perfectamente, como las demás formaciones políticas, que tal carencia le inhabilita para ser aupado a gobierno vasco. El modelo del Ulster, basado en los acuerdos del Viernes Santo, solo es viable cuando todas las partes están dispuestas a llamar a las cosas por su nombre.

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