Opinión

A veces llegan cartas

Preguntarse qué harías en la vida si pudieras volver atrás solo conduce a la melancolía. Otra cosa es ser capaz de admitir tus errores. Yo los he cometido, como todo hijo de vecino, y algunos me reconcomen cuando los recuerdo; pero también me reconforta lo que considero decisiones acertadas. Por ejemplo, no haber sucumbido a la tentación de desembarcar con armas y bagajes en el país de las redes sociales. Fue difícil cuando no tener una cuenta en Twitter o en Facebook te condenaba al señalamiento. Hoy celebro haberme ahorrado el trago de quienes entraron ilusionados, pero han salido por piernas y magullados. Quizás por eso otorgo aún más valor a las historias que me llegan por canales tan anacrónicos como las cartas. Un conductor de autobús de Palma me ha enviado una, y la otra tarde la leí en antena porque creo que ayuda a entender el hartazgo, la decepción y la rabia que sobrevuela lo que antes conocíamos como clase media. La de Francisco Javier no es una familia en el umbral de la pobreza, los salarios del matrimonio son dignos... Los de sus hijos ya no tanto. La carta eran tres folios con la lista de obstáculos que les complican la vida (vivienda, listas de espera sanitaria, turismo masivo...) y la reflexión de que algunos pensamientos tal vez fueran propios de un racista o de un franquista.

Dos ejemplos. Primero: “Yo pago mis impuestos, quiero ir al médico y que no haya una lista de espera saturada. Es verdad que por falta de financiación, aunque también por la llegada de miles de personas a las que les damos un derecho (como debe ser) por el que nunca han cotizado ni un céntimo”. Segundo: “El hijodelagranputa de Franco construyó vivienda social, mis padres con seis hijos tuvieron una, y desde la llegada de la democracia eso se acabó. La única solución es construir un parque público que haga la competencia a los fondos de inversión. Están en todos los sectores: vivienda, sanidad, residencias... Y no se hace nada”. Pensar que alguien es fascista o racista por pensar así puede resultar un alivio, pero no resuelve el problema. Y deja el terreno libre a la marea tóxica de la ultraderecha.

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