Chus: a pocos días de tu muerte, y sin resignación alguna, trato de escribir las palabras que a duras penas -a muy duras y numerosamente compartidas penas- pude decir, cuando devolvimos a la tierra tu cuerpo en Oleiros, aquella mañana cruel, en palabras de Xan Facal. Minutos antes, Antón hizo sonar en tu casa materna el Cant dels ocells de Pau Casal, allí donde tú escuchaste tantas veces los pájaros; desde cuando eras aquel niño, feliz y un poco especial por inteligente y sensible, en palabras de tu madre; el niño que llevarías ya siempre contigo y que no dejaría nunca de hacerse preguntas.

Y fue aquella inteligencia la que te permitió transformar el amor a la naturaleza en erudición, como harías en los ámbitos de la historia, de la ciencia, de la cultura en general, también en lo que respetaba a lo más contemporáneo, a lo más próximo: uno encontraba toda la información de la actualidad, y todas las claves de la ciudad, cuando paseaba contigo por A Coruña, informado y coruñólogo como eras.

La curiosidad y la inteligencia de aquel niño habrían de hacerlo sabio. Y aquella sensibilidad tan temprana te permitiría alcanzar, y ofrecernos, los más delicados registros del espíritu; aunque, también, te haría más vulnerable a la cuota canalla de la vida: una sombra que tú sobrellevaste con la melancolía del animal débil y solitario de Cunqueiro y con el dolorido sentir de Garcilaso, refractario como fuiste siempre a cualquier sentimiento de rencor. Y frente a la negra sombra que te acechaba, tú, Chus, nos dejaste la luminosa estela de tu humor, de tu bondad, de tu inteligencia tan aguda y multiforme, por la que parecías pedir perdón, alérgico como eras a cualquier alarde.

Nunca pediste perdón, en cambio, por tu rebeldía frente a la injusticia, porque tu lugar en la vida siempre estuvo al lado de los más débiles. Por eso no solo fuiste un clínico riguroso y compasivo: también, en las circunstancias más adversas, te entregaste a una brillante y compleja tarea de gestión, realmente transformadora de la atención sanitaria.

Fuiste, pues, muchos Chus en nuestra vida. Y de todos nos dejas huérfanos, aunque reconfortados por tu ejemplo. También el del Chus enfermo: "Sin una queja, sin un reclamo, sin un lamento", en palabras que tu aplicaste a tu suegro, don Juan de Toba.

Chus, xa na pranta 10ª do hospital,-onde eras para as enfermeiras que traballaron contigo o doutor abnegado- falamos de Lois Pereiro, a raiz do concerto que ofreceron na súa memoria no Borrazás, e que eu che contei. Cando apenas cun fío de vida seguías atentamente a miña narración, eu recordaba a frase de Lois na que aludía a un amigo común: o mundo non o merece, dixo o poeta. A ti tampouco che merecía o mundo, Chus. Pero ti si merecías o amor que che profesamos todos os que tivemos a sorte de estar contigo no camiño. Un amor agradecido ata o final, cando, despois das túas xentiles bromas habituais, pechaches os ollos, discretamente, dignamente. E así te chegou a morte, as mans entrelazadas coas da túa filla, Aloia, e a túa muller, Marisol.

Era o momento de darche, fervorosamente, as grazas, Chus: Por cómo eras e porque nos fixeches un pouco mellores a todos.

Grazas, Chus.