Eran las 17.50 horas en Roma cuando el 19 de abril de 2005 la fumata blanca anunciaba que los 115 cardenales reunidos en cónclave en la Capilla Sixtina habían elegido al Pontífice sucesor de Juan Pablo II. Un rato antes, el cardenal Joseph Aloisius Ratzinger (Marktl am Inn, Baviera, Alemania, 16 de abril de 1927), sólo percibía que la "guillotina me miraba". Pidió "a Dios que me evitara ese destino" y rezó para que los cardenales eligieran a "otro más fuerte que yo", pero "Él no me escuchó". Esta confidencia describía fielmente a un hombre que nunca pensó "ser elegido" ni hizo "nada para que así fuese". Benedicto XVI comunicó ayer su renuncia al Pontificado al percibir la disminución en su "vigor de cuerpo y de espíritu". Ayer, Joseph Ratzinger quiso dar paso a "alguien más fuerte que yo", como había implorado casi ocho años antes.

Era uno de los favoritos del cónclave de 2005, pero en su ánimo no había otra idea que la de cerrar su larga etapa en el Vaticano (iniciada en 1981), retirarse a su país, vivir con su único hermano vivo, Georg -sacerdote y cuatro años mayor-, tocar piezas de Mozart al piano, y dedicarse por completo a la Teología, su gran vocación.

Hijo de un oficial de policía y de una madre dedicada a la crianza de sus hijos, ingresa a los 11 años en el seminario de San Miguel (Traunstein, en las afueras de Munich). En 1939 el nazismo obliga a los seminaristas a ingresar en las Juventudes Hitlerianas, y a los 16 años fue militarizado con la orden de protección de la fábrica de BMW en Traunstein. Tras varios destinos, desertó en los últimos días de la guerra y fue apresado por soldados aliados en 1945.

Estudia Teología y Filosofía en Freising, Múnich y Friburgo (1946-1951), y al elaborar su tesis doctoral sobre San Buenaventura recibe una severa corrección de su director, el prestigioso teólogo Schmaus. Ratzinger rehizo su tesis, pero su distanciamiento con la escolástica oficial ya era un hecho patente. Ingresa como profesor en la Universidad de Bonn en 1959 y en 1963 se traslada a la de Münster. Al convocarse el Concilio Vaticano II, el cardenal Josef Frings, de Colonia, le nombra su asesor y perito conciliar. Era ya un teólogo de prestigio y tenido por muchos como pensador progresista o, al menos, renovador.

En febrero de 1970, siendo profesor en Ratisbona, firma un documento a favor de que Roma revisara el celibato de los sacerdotes. Y un año antes, cuando aún era docente en Tubinga, rubricó un artículo contrario a la duración vitalicia del cargo de obispo, algo que podría extenderse también al obispo de Roma, el Papa.

¿Era Ratzinger un teólogo progresista? ¿Evolucionó desde ser perito renovador en el Concilio hacia posturas conservadoras? Hans Küng ha difundido la imagen de Ratzinger como teólogo progresista en Tubinga (1966-1969) y después inquisidor de la Iglesia, cuando Juan Pablo II le llama en 1981 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el dicasterio que vigila la ortodoxia de la doctrina difundida por los teólogos.

En Tubinga, centro teológico de orientación liberal al que le había llamado Küng -socio fundador, como Ratzinger, de la revista Concilium, órgano de la teología conciliar renovadora-, el joven teólogo ya pronuncia una advertencia al año siguiente de finalizar el Concilio: "Temo el nuevo y peligroso triunfalismo en el que caen a menudo los que denuncian el triunfalismo pasado".

Pero Ratzinger era para algunos un peligroso reformador liberal, sobre todo porque su modo de hacer teología era novedoso: no pertenecía al tomismo dominante y, en cambio, sus ideas principales consistían en que Cristo y la caridad eran el centro, y que el camino de renovación debía ser el retorno a la Escritura y a los Padres de los primeros siglos de la Iglesia, San Agustín, en particular. Creía en la colegialidad de la Iglesia (o colaboración directa de todos los obispos con el Papa), en la unidad de los cristianos (ecumenismo), o en la liberación de la Iglesia de los oropeles del pasado.

Sin embargo, el joven teólogo Ratzinger, que contaba 39 años cuando llegó a Tubinga, percibía ya "afán corrosivo e iconoclasta" en ciertas posturas postconciliares y particularmente llegó a ver en Küng cierto resentimiento antirromano. No obstante, hasta entonces, Ratzinger había estado encuadrado entre los teólogos reformistas: el propio Küng, Edward Schillebeeckx o Karl Rahner, aunque de este último le fue distanciando una comprensión diferente de la teología; mientras que Ratzinger se asentaba en la Biblia y en la tradición de la Iglesia, sobre todo en la de los primeros siglos, Rahner había emprendido la senda del tomismo trascendentalista, complementado por el existencialismo de su maestro Heidegger.

Además de diferencias conceptuales, la experiencia de tres años en Tubinga fue difícil para Ratzinger por la orientación marxista de aquella Facultad, escenario de fuertes protestas estudiantiles en torno a Mayo del 68. Por ello, en 1969 Ratzinger pasa a Ratisbona, un centro menos ideologizado. Y en 1972 participará con los teólogos Hans Urs von Balthasar o Henri de Lubac en la fundación de la revista Communio, réplica a Concilium y expresión de un pensamiento teológico diferenciado del de Rahner o el de Johann Baptist Metz, artífice de la llamada teología política.

Ratzinger, empapado de La ciudad de Dios de San Agustín, creía imposible que el reino de Dios fuera asequible mediante la práctica de la política y la economía. Años más tarde, en 1975, escribe su primera explicación de lo que estaba sucediendo una década después del final del Vaticano II: "En el Concilio penetró algo de la brisa de la era Kennedy, de aquel ingenuo optimismo, de la idea de la gran sociedad: lo podemos conseguir todo, si nos lo proponemos". Sin embargo, "el sueño de la liberación, el sueño de lo totalmente diferente, más tarde adquirió rasgos violentos en la revuelta estudiantil, que planeaba también en cierto modo sobre el Concilio". Ratzinger estaba de acuerdo con que el Vaticano II había "podado ramas y había querido llegar hasta el sencillo núcleo de la fe; el Concilio ha abierto sendas que conducen verdaderamente al centro del Cristianismo".

En 1977 fue consagrado arzobispo de Múnich y Freising, y en junio Pablo VI lo crea cardenal. Ya en Roma, además de prefecto de la Doctrina de la Fe será el teólogo que asoma discretamente tras determinadas manifestaciones de Juan Pablo II y que incluso, sutilmente, corrige fervores del Papa Wojtyla, como su aliento del ecumenismo y del diálogo interreligioso. Concretamente, en su Declaración Dominus Iesus (2000), Ratzinger afirma al preeminencia de Cristo sobre todas las creencias y religiones.

Pero sus años en la Doctrina de la Fe son de un trabajo que no le agrada del todo, aunque lo cumple con fidelidad a la doctrina. Se suceden documentos sobre la postura de la Iglesia acerca del celibato sacerdotal, la ordenación de las mujeres, los homosexuales, el aborto o la Teología de la Liberación, además de procesos o notas admonitorias contra teólogos como Boff, Dupuis, Haight, De Mello, Messner, Balasuriya o el moralista español Marciano Vidal.

Ese trabajo le granjeará el título de guardián de la fe, Panzerkardinal o apelativos más crudos. Con esos precedentes, su llegada al pontificado en 2005 fue temida, pero los asuntos con los que tuvo que lidiar le condujeron por otros derroteros. Aunque ya en 2002 había estallado la gran crisis de la pederastia del clero en EEUU, Benedicto XVI dio la primer prueba de contundencia en 2006, cuando impuso al pederasta Marcial Maciel -denominado "ejemplo para la juventud" por Juan Pablo II-, el castigo de retirarse de toda vida activa e inició la intervención de su obra, la Legión de Cristo. Justo antes de ser elegido Papa, Ratzinger ya había exclamado en el Via Crucis romano de 2005 "¡cuánta suciedad hay en la Iglesia!". Pero fue en el año 2010 cuando el informe gubernamental de Irlanda reavivó el drama de los escándalos de pedofilia tapados durante años. Desde entonces se han sucedido decenas de renuncias de obispos en todo el mundo involucrados en encubrimientos. El de la lucha contra la pederastia del clero y su encubrimiento durante décadas ha sido la mayor tarea del Papa, pero otros frentes se le han abierto, aunque de manera involuntaria. En septiembre de 2006 pronunció en la Universidad de Ratisbona la conferencia "Fe, razón y la universidad", y en ella citaba una frase del emperador bizantino Manuel II Paleólogo: "Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba". La frase incendió amplios sectores del Islam. Benedicto XVI pidió disculpas y expresó que dicha frase quería significar la razonabilidad de la fe por encima de la imposición violenta. Había sido un error táctico que no tuvo inconveniente en enmendar.

En julio de 2007 hizo público el documento Summorum Pontificum, que daba mayores facilidades para la celebración de la Misa Tridentina, la anterior al Vaticano II. El ánimo de satisfacer a creyentes tradicionalistas y de cerrar el cisma con la Sociedad de San Pío X, del obispo Lefebvre, yacía en el fondo de la medida. Y en enero de 2009 el Vaticano levantaba la excomunión sobre los cuatro obispos ordenados ilícitamente en 1988 por el citado Lefebvre, pero uno de ellos, el inglés Richard Williamson, se había declarado en repetidas ocasiones como negacionista del Holocausto judío a manos de los nazis. La reacción internacional, especialmente en Alemania, fue terrible y nuevamente Benedicto XVI pidió disculpas en una carta y reconoció que la Santa Sede no había tenido en cuenta toda la información precisa.

El último trance de su Pontificado a acaeció en 2012, cuando en febrero estallaba el escándalo Vatileaks, con la filtración de documentos confidenciales de la Santa Sede que revelaban enfrentamientos en la curia romana o anuncios de hipotéticos complots para asesinar al Papa. Aquellos hechos se completaron en mayo con la destitución del presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), Ettore Gotti Tedeschi, y la filtración de nuevos documentos sobre su estado psíquico. El mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, fue condenado por el robo de documentos e indultado por el propio Benedicto XVI antes de Navidad.

Pero en medio de todos estos sucesos que convulsionaron al Vaticano y a la Iglesia, aquel Pontífice elegido en 2005 y que se presentó como "un humilde trabajador de la viña del Señor", no ha perdido oportunidad para predicar las esencias del cristianismo y acudir a lo nuclear en sus documentos y libros, de gran brillantez teológica.

Así como de Juan Pablo II se decía que era un Papa "para ser visto", de Benedicto XVI cabe predicar que ha de ser escuchado y leído. Un Papa de ideas, un teólogo que cuando miraba a la curia y a la Iglesia a menudo criticaba el carrerismo eclesiástico del aferramiento al cargo y al ascenso. Joseph Ratzinger ha decidido ahora abandonar la silla de Pedro. Ha dado ejemplo y se consagra por fin a lo único que ha amado: la Teología.