Mantenía el mismo rótulo de inspiración art déco del primer día. Nada se había tocado desde su nacimiento, si acaso para darle una mano de pintura a las paredes. Estaba igual; languideciendo cada día. No había mucho dinero para darle otro aire. Y ese fue el problema, la precariedad económica: las subvenciones iban desapareciendo, los socios muriéndose y las cuotas y las ventas menguando, mientras que el alquiler del local, de renta antigua, pegó un salto que se se hizo insoportable para la Asociación de Artistas de A Coruña, que tuvo que cerrar el local, tan añejo y a la vista, e irse a un piso, escondido de las miradas de los viandantes.

La mudanza ha dejado a la ciudad sin rastro del antiguo local de la Asociación de Artistas en la calle del Riego de Agua, donde nació, en plena República, en 1934, para apoyar e impulsar las bellas artes cuando apenas existían galerías donde pintores y escultores pudieran mostrar su obra y así darse a conocer. En la Asociación de Artistas se foguearon numerosos creadores, muchos de los cuales llegarían con el tiempo a obtener notoriedad y reconocimiento nacional.

Isaac Díaz Pardo, Colmeiro, Vela Zanetti, Sotomayor, Lugrís, Labra, Tenreiro, Abelenda, Castro Gil, Lago Rivera, Imeldo Corral, Laxeiro, Manuel Torres, González Villar, María Antonia Dans, Bello Piñeiro, Prieto Nespereira... Todos ellos, y muchos más tan conocidos o meritorios, empezaron a abrirse camino allí, en la Asociación de Artistas, nacida para cubrir la ausencia de galerías en aquella época y contribuir a dinamizar el panorama cultural gallego.

La idea de crear esta asociación partió de relevantes pintores, entre los que figuraba Fernando Álvarez de Sotomayor, que poco antes había sido director del Museo del Prado (1922-1931), y volvería a serlo después de la Guerra Civil, hasta 1960.

En el grupo de impulsores estaban dos mujeres, María Corredoyra y Lolita Díaz Baliño, hermana del gran ilustrador republicano Camilo Díaz y tía de Isaac Díaz Pardo, que, además de dar clase en la Escuela de Artes y Oficios, poseía una academia en la que se iniciaron artistas que alcanzarían gran relieve como María Antonia Dans o María Elena Gago.

María Corredoyra, que con Díaz Baliño fue, en 1938, una de las dos primeras académicas de Belas Artes y hasta 1973 las únicas mujeres en la institución, empezó haciendo pintura regionalista y se consagró con sus característicos cuadros de interiores, generalmente de conventos, espacios vacíos, sin figura humana, y llenos de melancolía.

También colaboró en la fundación de la asociación el pintor José Seijo Rubio, que, con Sotomayor, hizo posible la inauguración del Museo de Belas Artes de A Coruña, que dirigió durante muchos años.

Otros patrocinadores fueron Ramón Torrado, hermano del comediógrafo, que, además de pintor, fue director de cine y alcanzó su mayor éxito con Botón de ancla (1948), y Alfredo Souto, medalla nacional en varias ocasiones y padre de Arturo Souto, uno de los artistas gallegos de la primera mitad del siglo XX más cotizados.

En el grupo estaba asimismo Francisco Llorens, discípulo de Carlos de Haes y muy influido por Sorolla, una porción de cuya obra atesora hoy la Fundación Barrié gracias a la donación que hizo su hija Eva en los años ochenta.

La Asociación de Artistas no se limitó a exponer cuadros, también organizaba conferencias, recitales poéticos, conciertos, exposiciones de antigüedades, arqueología, arquitectura, artes decorativas o fotografía, además de ciclos de cine, concursos de carteles.

La entidad extendió su empeño a toda Galicia e incluso al ámbito nacional a través de colaboraciones con otros centros y la participación en exposiciones colectivas para divulgar el arte gallego fuera.

Se inauguró con una gran exposición de creadoras femeninas. Fue un gran éxito para la mujer que, con la llegada de la República, había empezado a ocupar su propio lugar en la sociedad, y también en el campo de las bellas artes. Fue toda una declaración de principios, y en ella participaron las pintoras María del Carmen y Pilar Álvarez de Sotomayor, María Corredoyra y Lolita Díaz Baliño, entre otras.

La segunda exposición tuvo un carácter póstumo. Estuvo dedicada al pintor Ovidio Murguía, hijo de Rosalía Castro y Manuel Murguía, representante de la llamada Generación Doente y fallecido en 1901 con solo 29 años.