Estamos abrumados por el drama humanitario que supone la huida hacia Europa de millones de personas de Siria, Afganistán, Irak y otros pueblos castigados por las guerras que, en muchos casos, los Gobiernos europeos y, por tanto nosotros, hemos contribuido a impulsar y agravar. Abrumados y avergonzados por la respuesta canallesca que los Gobiernos europeos y, por tanto nosotros, estamos dando a millones de personas atrapadas en el desastre.

Pero esto, con ser brutal, especialmente cruel y radicalmente injusto y contrario al derecho humanitario más esencial, no es más que la punta del iceberg, el momento más agudo de un dramático proceso, ya largo, que estamos viviendo y que fatalmente cambiará nuestras vidas.

Porque la realidad es que desde hace décadas vivimos un gran éxodo hacia Europa de pueblos enteros que llegan del Sur buscándose la vida, nunca mejor dicho. Y Europa, que debiera asumir sus responsabilidades, los ve únicamente como una amenaza y se limita a intentar el imposible de parar su marcha, de impedir su llegada con inútiles muros y alambradas, primero, y después con ignominiosas leyes y disposiciones e incluso con dinero pagado a terceros países y gobiernos para que ejerzan de mercenarios guarda espaldas, que también resultarán inútiles.

También los clasificamos para discriminarlos por provenir de un país u otro, de una u otra etnia o porque unos huyan de la violencia y de la tortura y otros del hambre y de la miseria, pasando por alto que todos huyen de la misma muerte y esto, desgraciadamente, los iguala.

Por otra parte, también es claro que su drama acabará siendo nuestro drama, querámoslo o no, porque no podremos evitar que se instalen entre nosotros y cambien nuestra vida personal y colectiva, nuestras costumbres y nuestros usos, poniendo a prueba la capacidad de todos para convivir. En muy pocos años este éxodo gigantesco pondrá a prueba la posibilidad misma del proyecto europeo que hoy tratamos de construir, como lo hace ya afectando muy seriamente a nuestro mismo derecho a la libertad de circulación en la UE. Y al Presidente Rajoy no se le ocurre otra cosa que pedir que este asunto se excluya del debate político. ¡Este hombre perdió el oremus!