Uno de los buques insignia del comercio coruñés, la joyería Malde, echó el cierre este año y puso fin a una dilatada trayectoria empresarial en la ciudad, para cuyos habitantes suponía mucho más que un simple establecimiento por el hecho de haberse encargado de la fabricación del trofeo que se entrega al ganador del torneo futbolístico Teresa Herrera desde su fundación.

La ubicación de su local en la calle Real y la distinción obtenida como proveedor de la Casa Real incrementaban el prestigio de esta firma, de la que hace sólo unos pocos años nadie podía vaticinar un final de este tipo.

La muerte en 2004 de Alfredo Malde, nieto del fundador de la joyería, fue el origen del declive progresivo de la empresa que culminaría con su desaparición en A Coruña, puesto que aún conserva instalaciones en Santiago. El hijo del hasta entonces responsable de la firma, Alfredo Malde Pardo de Andrade, se encargó de la dirección del negocio hasta 2008, cuando su hermano Óscar y su mujer Miriam Tellería le adquirieron su parte en la sociedad.

El matrimonio, que reside de forma habitual en Francia, delegó la gerencia de la empresa en sus hijos, que debieron hacer frente a la dificultad que suponía la devolución de un crédito bancario de 1,5 millones de euros, en el que la joyería actuó como garantía. Las dificultades financieras se sucedieron desde entonces, con problemas para el pago de los salarios a sus 8 trabajadores, que en noviembre de 2009 decidieron demandar a la empresa por su despido.

La sentencia del Juzgado de lo Social Número 3 de A Coruña condena a los propietarios de la sociedad a abonar un total de 454.660 euros a los empleados despedidos y ordena el embargo preventivo de los bienes de la firma para hacer frente a estos pagos, que alcanzan esa cuantía debido a la larga permanencia de la mayoría de los trabajadores en la plantilla, ya que uno de ellos incluso superaba los 40 años de antigüedad.

En el fallo se detalla que Malde tuvo beneficios hasta 2007 y que al año siguiente se iniciaron las pérdidas, que considera motivadas por "las cuotas del crédito hipotecario al que tiene que hacer frente", del que dice que no se destinó a ser reinvertido en la empresa, sino al "incremento propio del patrimonio personal de los socios".

Los magistrados recriminan incluso a los propietarios que intentasen no indemnizar por despido a una de las empleadas con el argumento de que su jubilación se iba a producir de forma inminente, lo que considera como un intento de desentenderse de sus obligaciones hacia ella.

La incertidumbre se cierne ahora sobre el futuro de Malde, cuyas instalaciones en Santiago sufrieron también un revés al ser obligadas a abandonar el año pasado su tradicional ubicación en la Rúa do Vilar, aunque mantienen su actividad en otro local. Ahora deberá continuar respondiendo del crédito suscrito y, al mismo tiempo, abonar la cuantiosa compensación a sus antiguos empleados coruñeses, lo que ensombrece sus perspectivas.

La venta de unos terrenos familiares fue lo que dio origen en 1884 a la entrada de los Malde en el negocio de la joyería, ya que el fundador de esta dinastía se quedó huérfano con 13 años y decidió hacerse con un pequeño capital para dedicarse a la venta ambulante de oro y plata en los pueblos de Castilla. Fue así como el joven Manuel Malde López abandonó su localidad natal de Fiobre, en el municipio de Bergondo, para recorrer media España, ya que sus viajes se extendieron hasta Andalucía.

La experiencia adquirida en esos años le animó a abrir en 1898 una joyería en la calle Real coruñesa, donde también se cambiaba moneda. El prestigio alcanzado con su labor hizo que Alfonso XIII le concediese en 1922 la distinción de proveedor de la Casa Real, a lo que siguió en 1933 la apertura de la joyería de Santiago, así como de su taller de relojería y orfebrería. Fue allí donde desde 1945 se elaboraron los trofeos Teresa Herrera.