Nací, me crié y aún sigo viviendo en la calle Arzobispo Gelmírez, antiguamente la primera travesía de Hércules, donde viví con mis padres, Fernando y Mercedes, así como con mi hermano Miguel Ángel, con quien compartí muchos juegos durante mi infancia pese a que me llevaba cinco años de diferencia. Mi padre fue jefe de laboratorio y profesor de Física, Química y Matemáticas en la Fábrica de Armas, mientras que mi madre fue ama de casa.

Los recuerdos más entrañables de mi niñez son los de los juegos que hacíamos en las calles de la ciudad, en su mayoría todavía sin asfaltar, por lo que se podía jugar tranquilamente, ya que apenas había tráfico. Los amigos de mi pandilla fueron Pepiño, Carlitos, Alejandro, Amancio, Merceditas, Finita y Manolita, con quienes jugué en mi calle y en Ángel Rebollo.

Mi primer colegio fue el de Obdulio Vaquero, quien además de profesor era poeta. Allí estudié hasta los diez años, edad a la que entré en la Academia Galicia, donde tuve como profesores a Luis Díaz, conocido como Paquete y del que guardo un gran recuerdo por su humanidad; Luis Seoane, profesor de Literatura que era famoso por sus charlas sobre ovnis, hipnotismo y ciencias ocultas; y don José, conocido como el Padre Pelotas, un cura vasco al que mi generación por fortuna ya le cogió bastante gastadito, ya que solía dar la comunión en clase.

Mis compañeros en la Academia Galicia fueron José Luis Lago Pan, Carlos Morato, Carlos Míguez, Antonio Bermúdez, Roberto Trillo, Braulio González Valeiro, los hermanos Máiz Cal, Aldao, Seoane Prado, Zapata Gago, Padín, Guitián y Mosquera, aunque mi amigo más íntimo fue Kiko Mazorra, con quien también jugué al baloncesto y salí cuando tuvimos novias, que se convirtieron en nuestras mujeres.

Todavía me acuerdo del tranvía de Riazor, en el fui muchas veces hasta la última parada en Peruleiro porque iba a visitar a mis abuelos, Vicente y Maruja, que vivían en San Pedro de Visma, donde solía jugar con mi hermano y mis primos. Aquella zona estaba rodeada de fincas y campo, por lo que podíamos jugar con tranquilidad.

En verano solía bajar, al principio con la familia y luego con los amigos, a la playa del Orzán, donde había un gran ambiente por la gran cantidad de chavales que iban. Mi pandilla se colocaba en la llamada Pena do Can, hoy enterrada por la arena, y cuando había marea baja solíamos jugar al fútbol.

En el patio de la iglesia de Santo Tomás solía jugar con la pandilla al pimpón y al baloncesto, deporte que empecé a practicar con el Iberia y luego en el Liceo de Monelos. Al terminar los partidos íbamos siempre a tomar el vermú en el bar Aperitivo, en la calle de la Torre, que era como nuestro local social. De esa época sigo conservando grandes amigos, como Kiko, Arturo, Vituco, Jorge, José Miguel y Antonio, además de Alfredo y Eduardo del Val, que fallecieron recientemente.

A los dieciocho años entré a trabajar en el Banco Pastor gracias a la preparación que me dio mi tío Rodolfo Fernández, quien era empleado del banco y además un gran atleta como lanzador de martillo y disco, además de entrenador del equipo de atletismo del Deportivo. Al empezar a trabajar me dediqué también a ser entrenador del Dominicos y el Bosco para ayudar a mi compañero de trabajo y amigo Víctor Fernández González.

Me casé con Beatriz Pidal, mi novia de siempre, y tuvimos tres hijos: Daniel, Fernando y Xandre, el primero de los cuales fue campeón de España de Pesca y varias veces campeón de Galicia, quien además nos hizo abuelos con dos niñas, Noa y Lara.

Ahora, ya jubilado, formó parte de la directiva de la peña deportivista Murphy 15002, ya que el fútbol es mi gran pasión. También soy vicepresidente de la Federación Coruñesa de Grupos de Empresa de Deporte Laboral, ya que practico el pádel y el baloncesto. Pese a haber dejado el banco, todavía muchos compañeros me saludan, ya que me conocían como el rey del Banco Pastor por vestirme todos los años de Melchor en navidades.