CRÍTICA MUSICAL

Invasión rusa en A Coruña

Músicos de la Orquesta Sinfónica de Galicia

Músicos de la Orquesta Sinfónica de Galicia / Noe Parga

Marcos Seoane Vilariño

Marcos Seoane Vilariño

  • Crónica musical del concierto de la Sinfónica de Galicia el viernes 26 de abril de 2024 en el Palacio de la Ópera
  • Concierto para violín de Glazunov y sinfonía Manfred de Chaikovski
  • Sergei Dogadin, violín. Vassily Petrenko, director.

Pleno ruso en un nuevo concierto de abono de la OSG, en un programa con dos compositores rusos interpretados por violinista y director de la misma nacionalidad. Que desde el siglo XIX Rusia es uno de los países que más han aportado a la música clásica es un hecho indiscutible, y que hoy sus intérpretes sigan ocupando escalones en lo más alto solo se entiende comprendiendo su vasta cultura y su forjado carácter por querer demostrar que son los mejores, y en esto del violín, pues su escuela, ya muy homogeneizada, es la mejor.

No hay violinista de los grandes que se precie que no haya bebido de los más grandes violinistas rusos. Es el caso de Sergei Dogadin, al que pudimos seguir en el concurso Chaikovski que ganó en 2019, que nos transmitió esa herencia de "la vieja escuela" que sigue maravillando a un servidor. Ese sonido perfecto, con ataques maravillosos que nunca suenan duros y se integran en la melodía aterciopelada de su música, el equilibrio de sonido en todas las cuerdas, ese virtuosismo fácil, la utilización del cien por cien de las crines de su arco, la afinación perfecta y una gama de colores en su cuarta cuerda de la que pocos pueden presumir fue la tarjeta de presentación de Dogadin ante la audiencia coruñesa, con un violín moderno, esta vez no hubo Stradivarius.

Un concierto, el de Glazunov, poco perpetrado en recitales, pero que un servidor conoce a la perfección ya que mi compañero español cuando estudiaba en Ostrava, el violinista ilerdense Eduardo García, me hizo escucharlo día tras día durante todo el largo curso al ser su concierto fin de carrera, aparte de ilustrarme con vetustas grabaciones de grandes violinistas como Heifetz, Julian Sitkovetsky u Oistrakh.

Expresado con tempo calmo, tal como indica su tempo Moderato, Dogadin nos ilustró con el poder hechizador de ese bello sonido en la cuarta cuerda que posee, sonido que cuidó al detalle en todo el concierto, sin ataques improvisados desde fuera de la cuerda, siempre apoyado desde la misma aderezado con un gran vibrato y entonación exquisita y con esa técnica de la que presume esa escuela que le llevaron a superar el listón de este concierto, tal como Duplantis cuando le marcan un 5,80, sin despeinarse. Siempre, o casi siempre, se impuso a una pobladísima orquesta que en ocasiones ocultó ese sonido, quizás por colocarse tan dentro de la orquesta, cosas del directo. Gustó mucho y fue aplaudido a rabiar, obsequiándonos con un bis de carácter español de Igudesman.

Magistral dirección de Petrenko, que, inmutable, movía a su antojo a la orquesta con un dominio que dejó patente en la segunda parte. Aunque pareció despistado, olvidándose del tradicional saludo a concertinos al comienzo y finales de concierto, lo cierto es que desde fuera pareció el único lapsus, por supuesto anecdótico y que nada influyó en la música que surgió de su batuta.

Gesto claro, preciso, de mano izquierda, de las que se gustan a sí mismo y que a uno gusta ver; esa mano izquierda que peina y modula la música y que utilizó para aderezar la línea melódica o labrar las intenciones de los músicos de la OSG, que, obviando algunos desajustes en ataques por parte de violines, chelos y bajos, lograron una tremenda conexión para rozar uno de los mejores conciertos de la temporada, en una obra "rara" por no saber cómo afrontar la escucha, como una sinfonía que no es, como un poema sinfónico ...

Se mostró una orquesta potente, con todo un despliegue instrumental enorme, 5 percusionistas, 2 arpas, incluso órgano, pero con las mismas carencias acústicas de un palacio que no carbura y al que, ante la potencia sonora de unos gran metales liderados por Etterbeeck, haría falta seguramente más, todavía, cuerda para lograr esa potencia rusa que se le exige a esta obra en primer y cuarto movimiento. Excelsas las maderas con el flauboe de Ortuño y Villa brillando este último con unos grandes solos, así como el ya integrado Llopis al timbal, que es una maravilla.