Tal vez porque siguió la tradición de los futbolistas canarios, que nunca han pretendido ser protagonistas. En el Real Madrid alcanzó toda clase de elogios. En la selección nacional nunca reclamó principal papel y por ello aceptó, sin protestas ni malos humores, que le postergaran jugadores de menor valía. En Madrid le apodaron el Mangas porque jugaba con los puños de la camiseta sujetos con las manos.

Luis jugaba en el equipo canario El Marino y su fama llegó a la Península. El Barça trató de contratarle. Para ello envió a las islas a su secretario general, Rossend Calvet. Santiago Bernabéu, quien viajaba hacia Barcelona, descendió del tren en Reus, donde había parada y fonda. Pidió un café y leyó un periódico barcelonés. Se enteró de que el enviado del Barça había salido en barco, llamó a su club y a Jacinto Quincoces, a la sazón secretario técnico, le pidió que tomara un avión y firmara el contrato con Molowny. Cuando llegó Calvet el jugador ya estaba en Madrid. A su tierra canaria Luis volvió siempre que Las Palmas se lo pidió. Fue, además, admirador y compañero de los actos canarios en Madrid de Alfredo Kraus.

Fue miembro del equipo nacional que disputó el Mundial de Brasil en 1950, pero fue suplente porque la titularidad la ostentaron el bilbaíno Panizo y el valencianista Igoa. En la selección tuvo que alternarse con Venancio y el también canario Rosendo Hernández, que no tuvieron similar calidad futbolística. En la selección y el Madrid, pese a que era zurdo, ocupó alguna vez el costado derecho de la delantera. En el Madrid alternó con los mejores de su época, especialmente con Di Stéfano.

Luis vivió en Chamartín, actual estadio Bernabeu, sus mejores años de futbolista. Posteriormente fue entrenador y secretario técnico. En el banquillo suplió a quienes dejaban el puesto o les daban la boleta. Su gran virtud como técnico era elegir a los mejores para cada puesto. Era parco en instrucciones. Su acento canario no incitaba a ninguna clase de peleas. Su tono de voz revelaba su natural espíritu bondadoso. Nunca mandó a sus jugadores a la guerra. Ni siquiera, como Miguel Muñoz, pedía "cojones y españolía", eslogan que patentó el general Gómez Zamalloa, directivo de la Federación Española.

Molowny viajó por medio mundo en busca de futbolistas útiles para el Madrid. Siempre acertó en sus diagnósticos. Otra cosa era si el club tenía dineros para fichar a Johan Cruyff y Hansi Krankl. Por el holandés pagó el Barça cien millones de pesetas, entonces pareció locura, y el Madrid, que tenía todas las bendiciones de sus técnicos y del presidente, no dispuso de tal cantidad.

Molowny fue de quienes creyeron en las bondades futbolísticas de Amancio, y cuando se planteó la posibilidad de su contratación, Francisco Muñoz Lusarreta, vicepresidente, empresario teatral, le preguntó a Bernabéu quién iba a pagar los doce millones que costaba, éste le respondió: "Tú". Los informes de Molowny eran fichajes caros, pero acertados.

Molowny ejerció como seleccionador en un momento de crisis, en una de aquellas épocas en que la selección nacional era eliminada para los grandes eventos. Formó terna con Miguel Muñoz, su antecesor en el banquillo madridista, y Salvador Artigas, el último aviador de la República. España sufrió la afrenta de una derrota en Islandia y el trío dio paso a Ladislao Kubala. Molowny pudo haber sido seleccionador durante algún tiempo y renunció a ello.

Su discreción era tal que incluso cuando se conocían las razones de un viaje acababa casi pidiendo clemencia para que no hablásemos de sus gestiones. Por su calidad de futbolista excepcional, por sus excelentes condiciones humanas, la muerte de Luis Molowny es duelo nacional.