La San Silvestre es mucho más que correr. Es una prueba que irradia felicidad y contagia sonrisas. Las que iluminan las caras de los que entran en meta y las de los espectadores que abarrotan la recta final. Una hora y cinco minutos, lo que tardó en hacer acto de presencia en María Pita el último clasificado, de deporte y diversión. Y una cura contra la depresión. Porque la espera se hace corta. Cada participante, y fueron tres mil, es un espectáculo en sí con sus disfraces y sus ganas de pasárselo bien mientras el speaker gasta una broma tras otra. No faltaron los súper héroes. Tampoco Darth Vader en plena fiebre de Star Wars. Todos metidos en su papel. Hombres disfrazados de mujeres y mujeres de hombres. Animales y niños. El mejor epílogo del año.

Antes de las cinco, hora a la que se dio la salida en el Obelisco, ya se notaba el ambiente festivo. Los corredores calentaban por la Calle Real mezclándose con los que hacían las compras navideñas. "¿A qué hora es el maratón?", le preguntó un señor a un grupo de ellos. La prueba era un poco más corta que los míticos 42 kilómetros y 195 metros; 7,6 desde el punto de partida hasta María Pita, con el paseo marítimo como escenario principal, paso por la Torre de Hércules y regreso por las calles de la Ciudad Vieja. Besos y ánimos de última hora, bocina y a la carrera.

Los más rápidos iban aparte. A toda velocidad, luchando contra el reloj. Abdelaziz Fatihi al frente, dispuesto a poner el broche de oro a un brillante 2015. El pelotón de atrás buscaba objetivos más modestos. Muchos superarse a sí mismos. Cada uno con sus metas personales. Es el éxito de las carreras populares. Pero la San Silvestre es especial y tampoco es fundamental el tiempo. Lo importante era ir con los amigos, con las personas queridas. Muchos se esperaban para llegar juntos a meta. La cuesta de Adormideras era uno de los momentos críticos, en los que se optaba por echar el freno y subir andando. De los más divertidos, la entrada en la Ciudad Vieja como si se tratase de un encierro de los Sanfermines.

Pero los disfraces son la auténtica salsa de la carrera. Los atletas van tan metidos en su papel que uno incluso realizó el recorrido descalzo, como un auténtico troglodita. Unos pasaban frío, con un escaso bañador tapando el cuerpo. Otros, calor con trajes pesados y abrigosos. Mucho tutú de bailarina y gorros de papá noel. Camisetas del Deportivo, jugadores de rugby despistados, luchadores de sumo. Uvas y burbujas de champán. Este año, hasta los perros llevaban ropa. Incluso los espectadores, contagiados por el espíritu festivo de la prueba. Cada año la organización, con el Rialto a la cabeza, se supera. Y por todos estos motivos, la San Silvestre seguirá creciendo. Muchos ya piensan en apuntarse a la siguiente. Incluso un niño animaba a su abuelo. "Había señores mayores que iban a su ritmo", le decía mientras hacía un gesto de correr despacio. "Lo importante es participar", sentenciaba. La sabiduría infantil que nunca falla. Participar y pasárselo bien haciendo deporte. Ese día y el resto. Hasta el 31 de diciembre de 2016.