Michael Phelps, el hombre récord de los Juegos Olímpicos, fue despedido ayer con honores en el Estadio Acuático de Río, donde el Tiburón de Baltimore cerró su palmarés con la conquista de su medalla número 28. Escondido bajo la capucha de su abrigo, con una toalla blanca rodeando su cuello, las gafas acomodadas sobre la frente y unos cascos de enormes dimensiones cubriendo sus orejas compareció por última vez en el escenario de sus logros más recientes el nadador norteamericano.

En la previa de la jornada que cerró la competición de natación en la ciudad carioca, sin embargo, Michael Phelps había advertido de que estaba "preparado" para escribir de ese modo el capítulo final de su carrera. "Todo el mundo me pregunta si seguiré. ¡No! Me quedo como estoy. No quiero nadar más. Volví para despedirme y estoy contento con esta despedida", expuso. Ayer abandonó la piscina sumido en la emoción de quien tiene que decir adiós. Sentimientos similares experimentaron en la grada sus familiares mientras su hijo, el pequeño Boomer, permanecía ajeno a la despedida en brazos de su madre. Los aficionados le tenían reservada la gran ovación de la noche.