El Madrid encarriló los octavos de final de su competición preferida, la Liga de Campeones, encontrando el premio al planteamiento con presión alta de Zinedine Zidane, para remontar con contundencia al Nápoles y mostrar, tras un esfuerzo titánico, credenciales de campeón.

Era el día para brillar. Un partido especial en un día señalado cura las heridas. Lo entendió al fin Benzema a quien el madridismo más que acierto le pide actitud. Mordió desde el pitido inicial. Se cumplían 25 segundos cuando generaba la primera ocasión clara. En su combinación predilecta, con Cristiano Ronaldo, pero su disparo no lo ajustaba lo suficiente y el puño con seguridad de Pepe Reina ponía el freno.

Tras dos llegadas que avisaban a Keylor que debía estar despierto en las salidas, de la nada llegó un directo inesperado al rostro madridista. Una mala salida de jugada costó cara. Varane fuera de zona, Ramos sin condiciones para llegar a cerrar, Keylor otra vez descolocado. Lo vio Insigne que castigó el error sin necesidad de avanzar. Su disparo lejano se coló en la portería blanca sin que la estirada de Navas pudiese impedirlo.

Carvajal culminaba una subida con un pase de lujo con el exterior medido a la testa de Benzema que extendía su idilio con la Champions. La reacción rápida había llegado en diez minutos.

La segunda parte sería decisiva en el desenlace del duelo. El Nápoles no especuló y su valentía fue castigada con dureza. En defensa no mantiene el nivel del resto del equipo y arriesga con una línea adelantada que el Madrid destrozó.

Donde comenzó a deslumbrar al mundo cayó Cristiano y desde el costado derecho pasó atrás y remató Kroos. Era el minuto 49 y una nueva remontada se ejecutaba.

Sarri había dejado claro que si perdían no sería por cobardía y buscó el gol. La presión trabajada del equipo de Zidane dio su premio en la lucha de James. El balón llovió del cielo a Casemiro que enganchó una volea magnífica para anotar el 3-1 definitivo.