Cada partido que disputa el Deportivo en su estadio se ha convertido en el método de diagnóstico más eficaz para descubrir la salud que posee el equipo, el club y su entorno. Riazor representa ahora el mejor termómetro para conocer la energía de la que disfruta el deportivismo después de varias semanas instalado en la división. La grada funcionó durante el último mes como el mecanismo más fiable para calcular las consecuencias de los trágicos acontecimientos en el Manzanares a finales del mes de noviembre y la cascada de decisiones que se tomaron a partir de la muerte de Francisco Javier Romero Taboada, Jimmy.

La incógnita antes de recibir al Athletic residía en comprobar si la afición había superado la atmósfera de crispación, de "autodestrucción", como la había calificado el técnico, Víctor Fernández, de los últimos encuentros en Riazor. La duda estaba en comprobar de qué modo se comportaría la grada tras tres partidos (frente a Málaga en Liga y Copa, y contra Elche) en los que se puso de manifiesto la fractura existente entre la afición. Estaba por ver también de qué modo se comportarían los Riazor Blues después del cierre de dos partidos de la grada de Maratón Inferior y del acto de protesta que organizaron en el último compromiso de Liga en el estadio blanquiazul.

Su actitud no fue muy distinta a la que mantuvieron en los tres encuentros precedentes. Los seguidores radicales deportivistas siguen enfrentados con un consejo de administración al que lanzaron reproches por las decisiones que adoptó tras el fallecimiento de Romero Taboada. El guión parecía ser el mismo ayer y todo parecía encaminado a otro partido más con la herida abierta en el deportivismo. Esta vez, sin embargo, Riazor reaccionó al unísono para manifestar su rechazo a la división.

Un sector mayoritario de la grada volvió a reclamar más implicación hacia lo que ocurre en el terreno de juego dada la delicada situación en la que se encuentra el equipo, a pesar de que en los prolegómenos la apariencia no fuera la de una cita trascendental. Quizá es que los aficionados deportivistas ya se han acostumbrado a vivir asomados al precipicio esta temporada, pero al equipo lo esperaban tantos aficionados deportivistas como seguidores del Athletic desplazados desde Bilbao para apoyar a los suyos ayer en Riazor. Hubo muestras de apoyo a los jugadores mientras descendían del autobús por parte del centenar de personas congregadas en uno de los márgenes de la calle Manuel Murguía, pero más que como un gesto de aliento hacia los futbolistas el recibimiento dejó la constatación de la distancia que separa a la grada del banquillo.

Un grupo de los aficionados deportivistas allí congregados hora y media antes del inicio del encuentro reprendió airadamente al entrenador, Víctor Fernández, mientras descendía del autocar. No fue una reacción unánime, pero sí destacó especialmente en una escena que habitualmente suele estar exenta de reprimendas públicas. El técnico fue el único sobre el que esos seguidores descargaron el descontento existente por parte de un sector de la hinchada debido al rendimiento del equipo.

Víctor Fernández no tuvo el recibimiento del que sí disfrutó Diogo Salomão en su primera convocatoria para un partido de Liga. El portugués fue aclamado al entrar al estadio con sus compañeros y el técnico, sin embargo, tuvo que escuchar cómo le exigían su marcha.

Eso fue el preludio, porque antes de que comenzase el encuentro, cuando por megafonía se anunciaban las alineaciones de los dos equipos, el nombre del entrenador fue recibido con silbidos. Eso fue de alguna manera el preludio a otra noche extraña en Riazor, la primera no obstante en la que se notó un deseo casi unánime de regresar a la normalidad, y que arrancó unos instantes antes de la silbatina al técnico con la llegada al campo de los Riazor Blues.

Lo hicieron más tarde de lo que solía ser habitual en ellos, muy cerca de inicio del encuentro y haciéndose notar para el resto del estadio. Después de colocar la pancarta con su nombre a los pies de la grada y de situarse en su zona habitual del estadio, los radicales exigieron con sus cánticos la dimisión de la directiva. Los gestos que pareció tener el consejo para recuperar la paz en el estadio no importaron y, a pesar de que no hubo restricciones a la entrada con cualquier tipo de bufanda o pancarta como sí había ocurrido anteriormente, el clima enrarecido se mantuvo. Al igual que en los partidos anteriores, el resto del estadio rechazó esa actitud. La diferencia en esta ocasión fue que se podía diferenciar de manera inequívoca de dónde procedían los gritos hacia el consejo, a diferencia de cuando Maratón Inferior permaneció cerrado o los Riazor Blues se repartieron por la zona baja de la antigua General contra el Elche.

Con una pancarta con el lema Jimmy vive y recuerdos en forma de cántico hacia su compañero fallecido, los Riazor Blues decidieron sin embargo darle la espalda al partido. Fue el gesto que confirmó la brecha que siguen existiendo entre los radicales y el consejo de administración, pero ayer pareció abrirse también con el resto de los aficionados presentes en el estadio. Algunos, los más próximos a su grada, les recriminaron su actitud y se cruzaron gestos y palabras de desaprobación. El instante más tenso, sin embargo, todavía estaba por llegar.

Los Riazor Blues volvieron su vista al partido y con ello también regresaron los cánticos dirigidos al palco. La reacción del resto del estadio fue entonces unánime. La grada censuró a los radicales y al mismo tiempo animó al equipo. Los hinchas del fondo de General mantuvieron su postura y eso provocó que el resto de Riazor les exigiese su marcha al grito de "Fuera, fuera".

Para algunos la marcha de los Blues vino provocada por una serie de identificaciones que la Policía Nacional efectuó en Maratón Inferior, pero el estadio ya había emitido casi al unísono de esa actuación su veredicto sobre la actitud de los radicales. Estos se marcharon y volvieron a dejar desierto su espacio habitual en el campo. A su marcha algunos de ellos se acercaron a la puerta de autoridades para lanzar algún objeto y entonar algún cántico contra el consejo, pero se disolvieron en cuanto la Policía fijó una vigilancia permanente en la zona.