El Dépor cayó en la trampa. De la confianza, de sus propias emociones, y quién sabe si de manera insconsciente de la euforia. Se veía ganador y quería mirar hacia arriba y hacer feliz a su gente. Lícito. Se había subido a la ola en Vallecas y a los siete minutos el Sporting ya lo había dejado sin agua y esmagado en el suelo. Fue el primero de, al menos, un trío de errores defensivos imperdonables. Justo la que había sido su seña de identidad, de repente desaparecía. Hubo respuesta, hubo cáracter, hasta un penalti al que agarrarse ante un Sporting ligeramente mejor. Todos son aspectos a valorar y a tener en cuenta, pero hay que reflexionar. Eso sí, sin fustigarse. Aún está a tiempo de reforzar los pilares de su apuesta y lanzarse a disfrutar. Lo que merece el deportivismo.

Al Dépor lo despertaron de la siesta que ni la peor de las madres en un día de ira. Fueron dos sopapos que tiraron la euforia por el váter y pusieron más que en seria duda esa fama de equipo serio y sólido que se había granjeado en las tres primeras jornadas. Ese uno-dos del Sporting fue directo a la mandíbula en dos jugadas que se pueden considerar casi una fotocopia. Toda la parsimonia coruñesa se convirtió en electricidad gijonesa cuando conectaron Lora y un Sanabria sin marca. La Mareona no se lo creía, la afición del Dépor tampoco. Y encima esa facilidad anotadora hizo aún más fluido el juego rojiblanco. El Dépor se tambaleaba, le rescató su efectividad. Casi en su primer ataque recortó distancias y se metió de verdad en el duelo.

Juanfran aprovechó un saque de esquina para hacer el 1-2 y meterle la duda en el cuerpo al Sporting que hasta entonces había sido una apisonadora. Iba solo un cuarto de hora, parecían dos días. Ese tanto le ensombreció el escenario a los rojiblancos y desde entonces dudaron en las jugadas a balón parado, uno de los activos coruñeses en este duelo loco. El Dépor se liberó entonces. Riazor rugía, el Sporting se mostraba débil y, ya fuese por fútbol o juego, las ocasiones se sucedían.

Y en el medio del chaparrón, Luis Alberto encontró el agujero en el paraguas de Alberto García. Estaba en el primer palo. Por ahí le coló un disparo seco tras recorte hacia dentro. Fue la jugada de su gol en Vallecas, aunque mejorada. Al Dépor se le abrió entonces el cielo. Rozaba con sus dedos la remontada, la grada le empujaba, hasta a Sidnei le anularon correctamente un gol. Tanto fue el impetu que empezó a descuidar sus deberes defensivos mientras la grada disfrutaba. En la segunda contra con superioridad o igualdad gijonesa, sobrevino la desgracia. Halilovic y Sanabria le hicieron un aclarado baloncestístico a Álex Menéndez que no falló ante Lux. 2-3. Tocado, no hundido. El Dépor lo siguió intentando, pero tanto esfuerzo, tanta locura requerían un descanso, respiro. La posible remontada quedaba pospuesta.

El segundo acto ya nació más cosido. Era lógico. El Sporting cambió el chip y el Dépor estaba más presionado. Los rojiblancos se dedicaron a guardar la ropa, a armarse. Sus ataques ni siquiera destilaban fe. Su resultado era el 2-3, no necesitaban más goles. Los coruñeses le pusieron empeño, ya no tuvieron claridad ni acierto. Pudo marcar Lucas, Alberto García se multiplicó. El meta, titular por accidente, se bastó para contener las acometidas blanquiazules, realizadas más con el corazón que con la cabeza.

Los cambios tampoco afinaron al Dépor, surtió más efecto la entrada de Luisinho que la de Jonathan, al que apenas surtieron de balones. Fue como si el Dépor perdiese el conector de su juego al sacar a Lucas del eje del ataque. Luis Alberto estaba cansado, Fede no tuvo tiempo. Al equipo coruñés debió salvarle un penalti no pitado a Fayçal en el que el colegiado se fijó más en la sobreactuación del ex del Elche que en el contacto. Podría haberse sido el empate, pero la realidad es que al Dépor le faltó respuesta. Su afición anhela que sea una mala tarde y que su equipo aprenda la lección. Queda Liga, también batallas y sufrimientos, de los que el Dépor no se librará. La ilusión sigue intacta. Que no sea un espejismo.