Un empate que liberó emociones. Enfado del que no se lo quería creer. Tristeza infinita del que no tenía el cuerpo ni para el cabreo. Alivio del que estaba harto de sufrir de manera estéril y de consolaciones de Todo a 100. Y así tantas como aficionados blanquiazules sufrían en la grada y en la distancia. D. E. P. Salvo resurrección milagrosa, el Dépor del salto de calidad, de la consolidación en Primera, de la cartera algo más holgada, ha pasado a mejor vida y no de manera digna. Últimamente, para dejar la élite, hay que hacerlo rematadamente mal y equivocarse muchas veces, casi cada semana. En ese sentido, ha sido regular, un reloj suizo.

El descenso se consumará en mayo, las señales llegan con luces de neón desde hace años. La verdadera caída del Dépor es que, a pesar de llevar casi un lustro en Primera, nunca ha caminado, construido, avanzado. Un asentamiento en la élite con pies de barro. Daba pasos sobre sí mismo, se autoengañaba cada verano. Ni autocrítica ni identidad ni raíces. Tampoco sello propio en el banquillo ni trabajo profesional en la secretaría técnica. Un club del siglo XXI, salvo en lo más importante: el césped. Error máximo. La culpa es del brazo ejecutor y de quien se lo permitió. Al aficionado le puede el presente, pero ahí a día de hoy hay poco que rascar. Una plantilla en el escaparate, un Seedorf amortizado, que ojalá nunca hubiera venido. Toca limpiar. Crear una estructura nueva a todos los niveles, cortar del todo con el pasado. El Dépor de antes vivía del olfato de Lendoiro, que no era poca cosa; estos últimos proyectos no tenían ni siquiera esa sapiencia zorra, innata e instintiva. Un mal de hace décadas. Adiós al VHS y a la gestión unipersonal, hola a los equipos de trabajo, a tener ojos en todas partes, a patear campos. El club del mañana se juega hoy, esa es la partida real.

Una identidad, una forma de trabajar. Un Dépor reconocible y realista. Su lugar no es solo la Primera, es mucho más arriba. Para llegar a donde merece, para hacerlo con unos cimientos sólidos, debe crear una estructura fuerte ante las adversidades, que las ha habido mucho peores en sus 111 años y que las habrá, que nadie lo dude. Un código, un manual de uso, del que, independientemente de quién lleve el barco, sentirse orgulloso siempre y al que agarrarse en las malas. Esa es la búsqueda para el Dépor del futuro más que un ascenso, que debería, a pesar de la necesidad, convertirse simplemente en una consecuencia lógica. Montar un todo de la nada. No es poco.

El coruñés y los argumentarios

El fichaje de Lucas ha sido uno de los grandes desastres, a la altura de las elecciones para el banquillo, el olvido sistemático de la portería y la insistencia en un mismo tipo de contrataciones con un patrón alejado de la realidad. De lo peor. Y eso que, si se analiza de manera aislada, el fiasco no es por su rendimiento deportivo. Sus prestaciones son superiores a las de futbolistas a los que se les aplaude cada falta. Más allá de la empatía que pueda generar, verlo sufrir de esa manera sobre el césped es una hecatombe por la fuerte apuesta y por la diferencia entre lo que se esperaba y lo que finalmente ha dado futbolística y emocionalmente. Ni goles ni desequilibrio ni liderazgo. En ese sentido, cualquier crítica sincera, incluso la que le señale por haberse ido al Arsenal (discutible), es lícita; hasta terapéutica como signo de exigencia. Es libre expresarla. Y si siempre es hecha desde el respeto, encajarla va en el sueldo de un futbolista de alto nivel. Tanto te pagan, tanto estás expuesto, tanta es la presión.

El problema es que Lucas es, desde hace tiempo, un arma arrojadiza, el símbolo de Tino. Hasta en sus mejores momentos se llevó algún desplante de un fondo que nunca lo ha considerado uno de los suyos. ¿Por qué? Es de casa, ha hecho más de un esfuerzo en diversos momentos por vestir esta camiseta. Es más, el fútbol, permeable a todo lo malo que pulula por la sociedad, parece haberse apuntado a la era de la posverdad. Día tras día se retuercen los argumentos para señalarlo como antideportivista, desarraigado, descastado, cuando ha emitido más de una señal en sentido contrario y cuando en este club se ha aplaudido a su vuelta a futbolistas que en su día presionaron para ser traspasados. Y se mofan de un coruñés que tuvo la sana pretensión de ir a la selección. El Dépor sigue necesitando y mucho el calor y el empuje de todo lo que se gestó a la sombra de la Torre de Marathón a finales de la década de los ochenta, pero siempre desde el respeto al resto y funcionando dentro del engranaje del deportivismo, no como centro de él ni como garantía de pureza de un sentimiento que se vive de una y mil formas.