Su objetivo es responder a cinco preguntas: dónde, cuándo, cómo, por qué y, sobre todo, quién porque, como dicen ellos mismos, "cada incendio es diferente y hay tantas motivaciones como personas". El trabajo de los agentes que forman parte de las Brigadas de Investigación de Incendios Forestales (BIIF) de la Xunta -dos "como mínimo", según el Gobierno gallego por cada uno de los 19 distritos en los que se divide la comunidad- no difiere demasiado de los investigadores de homicidios, aunque el camino que siguen para esclarecer los hechos sea casi el inverso. Mientras un policía convencional acude al lugar en el que se encuentra el cuerpo del delito, allí recoge pistas y después amplía el área de investigación para buscar más indicios, los miembros de las BIIF deben preocuparse primero por ubicar el foco (o los focos) del fuego.

Y aunque su equipo también incluye una lupa, como los detectives clásicos que pueblan los libros, los agentes de las BIIF no tienen que agacharse para indagar centímetro a centímetro el terreno hasta hallar el punto de origen. Su formación, que ahora incluye tres años en una escuela de capacitación forestal, les permite "descartar" enseguida buena parte de la superficie calcinada, incluso a "primera vista". El truco reside en aplicar diferentes modelos geométricos de propagación del fuego en función de factores como la pendiente del terreno o la dirección y la fuerza del viento. Por ello, este colectivo incide en la importancia de disponer, antes de desplazarse a la escena del crimen, de datos meteorológicos e históricos de incendios anteriores en la misma zona.

Tras los vestigios

Una vez que los agentes forestales han logrado acotar, siguiendo los vestigios que ha dejado el fuego sobre la vegetación -distintos grados de carbonización, diferente color de las cenizas-, el área de inicio de "forma técnica y justificada", su labor vuelve a parecerse mucho a la de indagación de un homicidio, fotografías y toma de medidas para confeccionar croquis y planos incluidas. También ellos acordonan la zona para aislar las posibles pruebas y a partir de ahí delimitan una serie de estrechos senderos de los que procuran no salirse y en los que indagan centímetro a centímetro. Su objetivo es buscar la "prueba material", empezando por averiguar el posible medio de ignición o fuente de calor que provocó el incendio. El mechero se confirma como arma del crimen por descarte. En los otros casos, y aunque aquí no se cuente con la ventaja del ADN, siempre aparecen restos, ya sea de cerillas, colillas o incluso de mechas, que algunos incendiarios utilizan para "poder elaborarse una coartada".

En el mismo lugar de los hechos, los agentes ya intentan resolver la complicada pregunta del "por qué". Para ello, disponen de unas detalladas tablas, elaboradas para cada zona, en la que constan una serie de "indicadores de actividad". "A través de esa herramienta, sabemos qué actividad se desarrolla en ese lugar, alrededor de él y en sus proximidades, si es caza, pesca, una zona ganadera...", explica un miembro de las brigadas. Solo es un indicio más, pero todos suman para esclarecer los hechos.

Tras recopilar toda la información para reunir pistas materiales -y aquí funciona otra máxima que dice que "cuanto más grande es un incendio, más pistas se dejan"-, las BIIF pasan a la "prueba personal", que consiste en la toma de declaraciones voluntarias a testigos que puedan aportar datos a la investigación. "Cuando no hay testigos directos, las pruebas indirectas tienen que ir muy bien atadas", dicen. "Todo tiene que ser demostrable y demostrado", es la norma.

Actuar con rapidez

Al igual que ocurre con la investigación de un homicidio, también en un incendio, como señala un agente, "cuanto más rápido llegues a la zona, más fácil es aclarar lo que ha ocurrido" porque "saber leer un incendio es como leer un libro": "Leer un libro nuevo, que acabas de comprar, es fácil, pero si es viejo, si sus páginas están gastadas y las letras borradas y encima se te cae el café encima, tendrás más dificultades para leer. Lo mismo nos ocurre a nosotros". Si es posible, se acercan al fuego incluso cuando todavía no se ha extinguido.

Aunque son funcionarios -y trabajan en verano en turnos de mañana, tarde y noche-, los agentes que integran estas brigadas "saben cuándo empiezan el trabajo, pero muchas veces no saben cuándo acaba porque hay cosas que no puede dejar para mañana el equipo que lleva la investigación". Un incendio puede resolverse en horas, pero a veces un equipo demora "hasta quince días" si es muy complejo. "Depende del incendio y de los vestigios que queden", afirma un agente, que reconoce que no siempre es posible "reunir pruebas suficientes": "Todo tiene que ir muy bien atado. Si no hay testigos directos, la prueba material debe ir muy bien atada para tener un caso lo más sólido posible".

Estos mismos agentes "en muchos casos" pueden dirigir, además, las brigadas de extinción y su entrega a su trabajo, como confirma un miembro de este colectivo, es casi la de un devoto. En ese sentido, afirman, su profesión es "vocacional" -no hay que olvidar que son los herederos de los antiguos guardabosques- y su interés por la naturaleza va más allá del simple hecho de ganarse un salario. "Incluso a veces ponemos en riesgo nuestra vida", señalan desde el colectivo. Por ello, también aprovechan la ocasión para enfatizar que en los 133 años "recientes" -porque antes había cuerpos similares- que tiene el colectivo de guardias forestales "nunca se ha detenido a un agente forestal por provocar un delito medioambiental, incluidos los incendios".

En la época en la que estudiaron los agentes con más años de experiencia, todas las materias de la escuela de capacitación forestal estaban estrechamente vinculadas al medio natural. "Y las horas de práctica eran prácticamente la mitad de las horas lectivas"; añade. Su formación, explican, requiere muchos más meses que la de un policía o de un Guardia Civil, por eso, en materias como la de los incendios, las pesquisas de los diferentes cuerpos "se refuerzan mutuamente".