La evolución en la recaudación del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), el niño mimado de la financiación local, es un buen ejemplo de la repercusión que tuvo la decisión del Gobierno central de elevar el coeficiente que se aplica para acabar con el desajuste presupuestario de los municipios y combatir el déficit público. De hecho, es la única parte del Estado que arrastra tres años seguidos de superávit. Principalmente por el aumento de la recaudación del gravamen. Que primero se calentó por la burbuja del ladrillo. Así la cuota líquida en Galicia del IBI urbano pasó de 277,5 millones de euros en 2006 a 371 millones en 2010. Y luego se disparó por el alza obligada por Moncloa y los polémicos catastrazos. Entre 2011 y 2012, el crecimiento de los ingresos fue del 4,6%; un 6,9% entre 2012 y 2013; y un 2,4% el pasado ejercicio.

Sin embargo, los municipios gallegos se colocan como los últimos en menor presión fiscal con el IBI. Un medidor que se tiene comparando la recaudación con el Producto Interior Bruto (PIB). Un 0,89%. En Andalucía y Comunidad Valenciana se dispara por encima del 1,5%; y en Murcia y Baleares se mueve alrededor del 1,4%. Lo que no significa que la presión no haya crecido en Galicia en los últimos años. En 2008 era del 0,57%.