"Intenta hacer una vida normal, pero es evidente que no es ya la misma persona. Se le ve triste, abatido y, si ya antes era introvertido, ahora tiende a encerrarse mucho más en sí mismo, a no relacionarse con casi nadie más allá de lo que requieren sus obligaciones laborales, en las que, eso sí, es un cumplidor a rajatabla". Así define el estado moral de Francisco José Garzón uno de sus compañeros en los Talleres de Renfe en A Coruña, en los que el maquinista del tren Alvia trabaja desde finales del pasado mes de enero.

Pese a que el auto del juez dictaminado la pasada semana lo ha convertido en el único imputado por el siniestro del Alvia, el 24 de julio de 2013, Garzón no ha dejado de acudir puntualmente a su nuevo trabajo. Todavía tiene esperanza de que el recurso presentado por su abogado, Manuel Prieto Romero,surta algún tipo de efecto "y no sea él el único cabeza de turco del accidente. Esa es su gran esperanza a día de hoy y a ella se aferra", declara otro compañero, quien no se recata en recalcar: "Es una buenísima persona. Lo era antes del accidente y lo sigue siendo ahora. Por favor, escribidlo así, porque todo el mundo tiene que saberlo."

Tras recibir el alta a mediados noviembre, transcurrido más de un año de baja médica, a finales del pasado mes de enero Garzón se reincorporaba a Renfe en A Coruña pero con un nuevo cometido, el de supervisar reparaciones rutinarias en las locomotoras y controlar el kilometraje de las máquinas, un trabajo tranquilo que, a la vez, le permite entablar contacto con sus antiguos colegas maquinistas cuando acuden a efectuar alguna reparación en sus máquinas.

También le permite estar cerca de su madre, María del Carmen Amo, viuda y de avanzada edad, que fue la principal razón por la que, en su día, solicitó el traslado a Galicia para poder atenderla y estar lo más cerca posible de ella.

"No hay nada extraordinario en que Francisco haya vuelto al trabajo, y concretamente a este tipo de trabajo, de carácter eminentemente administrativo. El protocolo de la empresa así lo determina: cuando un maquinista sufre un accidente no vuelve a conducir, aunque mantiene su categoría laboral de maquinista", informa Prieto Romero.

Antes de reincorporarse, el maquinista fue sometido a un riguroso examen médico psiquiátrico, que se salvó con los suficientes resultados satisfactorios como para que Garzón pudiese, al menos, intentar recuperar un pequeño atisbo de su semeja que ya definitivamente perdida vida en libertad, la vida que tenía antes de que ocurriese "aquello". Aunque ya no precisa de medicación constante, acude periódicamente al psiquiatra.

Porque, evidentemente, ni la vida sigue igual para Francisco José Garzón ni el propio Francisco es el mismo. "No, no es el que era, para nada -dice un compañero, también maquinista, paisano y amigo de Francisco desde la infancia- eso está claro. Ha perdido las ganas de hacer bromas como hacía antes, y de vez en cuando le dan tremendos bajones." En los últimos días, seriamente afectado por el dictamen, Garzón vive uno de esos períodos de "bajón", una razón más para que su abogado nos avise de que "evidentemente,no va a hablar con los medios de comunicación. Ni es el momento ni él está ahora mismo en condiciones de hacerlo" afirma Prieto, quien asegura: "Yo diría que, más que sorprendido, lo que está es indignado porque, aunque mantenga la esperanza, en el fondo él sabe que la decisión del juez no le ha cogido por sorpresa. Él ya se lo temía. Sabía que iban a por él desde que, con las costillas rotas, al día siguiente del accidente, lo obligaron a pasar dos días y dos noches en un calabozo, en lugar de mantenerle hospitalizado".

Escueto y reservado en toda cuanta pregunta haga alusión personal al maquinista, Romero es el principal ideólogo del cordón de silencio e invisibilidad que rodea la vida de Garzón desde que se hizo cargo de su defensa: siempre se ha negado a revelar la más mínima pista sobre el lugar en el que ha residido en los últimos dos años y, desde que se incorporó a la vida laboral, hace nueve meses, ha convencido a todos quienes tienen algo que ver con el imputado de que procuren no hacer declaración alguna sobre la vida privada de su defendido.

"No, hace tiempo que no hablo con él, y la última vez estaba muy mal", nos dice un compañero y amigo, monfortino y, también él, maquinista: "Es todo cuanto puedo decir?y aunque supiese más tampoco lo diría", sentencia.

A Romero le secunda, en este escudo de protección de la vida privada de su defendido, el secretario general del sindicato Semaf, Jesús García Fraile, quien reconoce que "desde aquel día (el del accidente) no ha vuelto a ser el mismo, aunque entre sus compañeros y familiares, procuramos animarle y, sobre todo, evitar a toda costa que permanezca mucho tiempo solo" .

En la protección del imputado, están comprometidos, cual guardia pretoriana, la totalidad de sus compañeros, especialmente los maquinistas: "Lo que le pasó a él nos puede pasar un día a cualquiera de nosotros", alegan solidariamente.

Hace casi un año que a Garzón se le levantó la obligación de comparecer periódicamente en el juzgado de A Coruña, decisión que le liberó de tener que llevar a cabo auténticas maniobras de camuflaje para despistar a los medios. A pesar de ello, cuando podía, se acercaba, siempre en automóvil y siempre de noche, a la estación ferroviaria de A Coruña para visitar a sus compañeros, que desde el primer momento han estado a su lado arropándole al máximo.

En los primeros días posteriores al accidente, Francisco José Garzón, divorciado de su primera mujer, residía en casa de su madre, María del Carmen Amo, en el barrio coruñés de Os Mallos, pero ante el acoso mediático muy pronto se trasladó de domicilio y desde entonces las especulaciones sobre su paradero fueron constantes: se le ha llegado a situar en la sierra madrileña, en casa de unos primos en Ponferrada e incluso fuera de España. Pero, salvo escasos períodos, Garzón no se ha movido de la ciudad de A Coruña.

Hasta que se incorporó a los talleres de Renfe, su vida consistió en un estado de reclusión durante el cual, sobre todo en los primeros meses, se le controló, por razones terapéuticas, todo acceso al teléfono, a la televisión o a la prensa: "Hubo etapas en la que ni yo mismo sabía donde estaba. Me limitaba a hablar con él por teléfono pero desconocía dónde se encontraba", confiesa su abogado.

Avejentado y delgado

En esos meses, Garzón llegó a adelgazar más de veinte kilos porque "no comía nada", según testimonio de allegados. En una entrevista, la única que ha concedido, y de la que luego se arrepentió por haberse sentido traicionado, el periodista lo describía con rasgos como "flaco, avejentado y con bigote", una descripción que concuerda, meses después, con la que de él ofrecen ahora sus propios compañeros. Su madre, aunque enferma, y su novia, han sido y continúan siendo, junto a sus fieles y discretos amigos y colegas, sus principales apoyos emocionales.

Poco a poco, el maquinista ha ido animándose a pisar la calle. "Camina mucho, a veces visita o recibe las visitas de amigos y compañeros, sale con su novia, incluso ambos hacen algún viaje corto, de medio día, pero jamás trasnocha. Antes de que se ponga el sol, ya vuelve a estar otra vez casa", informan fuentes de su entorno.

Entretanto, el abogado del maquinista del Alvia ya ha presentado el recurso contra el auto del juez que sitúa a a su defendido como único imputado. Manuel Prieto vuelve a insistir en que el maquinista está exento de responsabilidad en el accidente por "carecer el lugar del siniestro las medidas de seguridad necesarias que evitaran el resultado".

En el recurso presentado a mediados de esta semana, Prieto Romero sostiene que el conductor del Alvia no rebasó ni infringió ninguna señal luminosa y que el origen de su lapsus está en la llamada del interventor, una situación permitida y no identificada como un riesgo por parte de Renfe y del Adif.

El recurso cuestiona que el auto sitúe toda la responsabilidad de la seguridad ferroviaria en el factor humano y en el conocimiento de la vía, "por lo que en consecuencia en el sector ferroviario no sería necesaria normativa, ni señales, ni medidas de seguridad". Para el abogado, la causa del accidente está en la omisión de medidas de seguridad que podrían haber reconducido el error humano.

"Francisco está a la espera, sabe que es un proceso largo y no le queda otro remedio que aguardar", afirma el abogado Prieto. "Está tranquilo en el sentido de que sabe que la opinión pública es consciente de que él no es el verdadero y único culpable, pero nervioso por el curso que están tomando los acontecimientos", asegura.

Permanentemente al tanto de las acciones de su abogado, todo parece indicar que el maquinista no alberga muchas esperanzas sobre una más que probable condena. De lo que sí puede sentirse satisfecho, no obstante, es de que en la campaña mediática que se ha tejido en torno al accidente del Alvia ha recibido un apoyo social impensable tras el accidente, donde se llegó incluso a pedir poco menos que su linchamiento público. Ninguna de las dos asociaciones de víctimas ha pedido su cabeza y, en las redes sociales, se ha abierto una página de Facebook denominado Grupo Protector de Francisco José Garzón. Tal vez por eso, en su entorno ya se haya "fabricado" una nueva figura, sino jurídica, sí que muy práctica: la del imputado protegido.