"Ahora se prefiere lo práctico, pero lo práctico no es arte, no es perdurable. Esto son obras que pasan de generación en generación; yo no conocí a mi abuela y tengo obras suyas", explica la bordadora tradicional Pilar Castiñeira, de O Burgo. La artesana, una de las dos únicas en Galicia que cuentan con el reconocimiento de la Xunta al bordado tradicional y sin máquinas, se formó durante años para aprender una técnica que ahora le ha valido el premio Antonio Fraguas de artesanía de la Diputación.

Castiñeira propone volver la vista a los tiempos en que los bordados se hacían sin prisa, con cariño y para que durasen. La artesana confecciona en su taller desde pañuelos de caballero hasta faldones para bautizos con diseños tradicionales. "Los diseños actuales son muy precarios, no dan juego", asevera la bordadora, que ha investigado para aprender a reproducir bordados de hace cerca de cien años: "Tengo colecciones de diseños de 1.900. Eso son auténticas joyas, reliquias".

En el taller de Pilar Castiñeira todo se hace a la antigua usanza. Hasta el trato. Los clientes hablan con ella para explicarle qué es lo que quieren y elegir el diseño. "Eso lleva su tiempo", asegura la bordadora. Y elaborar el bordado, más. Un pañuelo de caballero puede estar terminado en una semana pero un faldón para un bautizo, por ejemplo, lleva meses, "más o menos según el diseño".

Las prisas no caben en este oficio. "No quiero agobios. Nadie está esperando el mantel para comer ni el juego de cama para dormir", apunta Castiñeira, y asegura que "es una carrera de fondo". Hasta el aprendizaje. La bordadora tardó años en aprender a bordar. Y le costó encontrar a quien le enseñara. "Yo empecé con mi madre, pero ya tenía muchos años y muy poca vista. Después me formé con una monja que vino a A Coruña de Santiago durante años", relata la bordadora. Y después siguió y descifró por su cuenta puntos de hace un siglo. Las creaciones de esta artesana son de estilo tradicional y todas originales. "Nunca van a salir dos cosas iguales de mis manos", asevera Castiñeira.

La creadora cullerdense lamenta que apenas quede ya quien sepa bordar como antes. "Es un arte que se ha perdido", sostiene, y asegura que intenta poner su "granito de arena" para recuperarlo y difundirlo. Para ello, además de crear sus propios bordados, enseña a otras la técnica. "Tengo doce alumnas, todas mujeres, y entre ellas hay desde una médico hasta amas de casa", explica la artesana, que da las clases en grupos de tres debido a la atención y el detalle que requieren los trabajos.

La apuesta de Castiñeira por el bordado es firme. La artesana comenzó a hacer un hueco en su agenda para aguja y el hilo cuando todavía trabajaba como secretaria de dirección, a lo que dedicó la mayor parte de su vida. El bordado pasó de suponer una afición para ratos libres a convertirse en su actividad principal. Y un guiño a las que bordaron en su casa: "También es un homenaje que hago a mi familia".