Los leones que custodian la entrada de la Cueva de Covadonga "deben de estar por toda la eternidad descansando en el Real Sitio". Lo dice Manuel Moro Fernández, que a mediados de los años 60 y por orden del entonces presidente de la diputación de Asturias, José López-Muñiz, se encargó de transportar las esculturas desde Betanzos hasta Cangas de Onís. Moro ve difícil que se cumpla el deseo del alcalde brigantino, Ramón García, de recuperar los leones para el parque de O Pasatempo del que salieron, "porque en su día fueron comprados de forma legal y ya forman parte del paisaje de Covadonga".

Las esculturas de los animales fueron compradas a los herederos de Juan García Naveira, un gallego que tras hacer fortuna en Argentina viajó por Europa adquiriendo varias obras para exponerlas en un parque temático que creó en la zona de O Pasatempo de Betanzos. Entre ellas, las figuras de los leones, que encargó diseñar a un artista italiano después de contemplar unas similares en el monumento funerario levantado en memoria del Papa Clemente XIII en la Basílica de San Pedro del Vaticano. La cantidad pagada por las figuras, esculpidas en mármol de Carrara en el siglo XIX, rondó el medio millón de pesetas.

"La idea de traerlos fue impulsada por el arquitecto Javier García Lomas y su hermano Miguel Ángel, que formaban parte del patronato de Covadonga", contó Moro, que en aquella época trabajaba en obras públicas. "Al principio no entendía por qué querían poner unos leones, pues a mí me parecía que quedaba mejor un rebecu o algún animal característico de los Picos, pero me explicaron su simbolismo de guardianes de la fe y del enclave y por eso creo, ya que aparecen durmiendo, que nadie debe despertarlos más y que deben quedarse descansando aquí para siempre".

Moro, que tras cinco años prestando servicios en obras públicas de Covadonga se independizó como contratista, afirma que entonces le dieron unas 15.000 pesetas para cubrir los gastos del viaje. "Me cogí a un par de obreros (el fallecido Serafín Vila y Narciso Cardín, cantero en activo de Les Roces) y nos plantamos allí.

Cuando llegamos encontramos muchas estatuas de mármol rotas y relojes, pero todo comido por la maleza", señala. Y es que tras la muerte del propietario, y una vez finalizada la Guerra Civil, el parque se convirtió en un campo de concentración, desaparecieron varias obras y crecieron los matorrales. En total, los obreros invirtieron tres días en trasladar los leones hasta Covadonga. "Hubo que picar un agujero para meter una palanca y despegarlos de la base de cemento que tenían antes de subirlos a una góndola con una grúa", detalla Cardín, que pide que "no vendan a ningún precio unas piezas tan emblemáticas". "La máxima era que no recibieran ni un arañazo", relata Moro, que forró los leones con tacos de madera y cubiertas de coches para que no sufrieran daños durante el trayecto, que se prolongó durante una jornada.

"Cuando volvimos ya era tarde y esperamos hasta el día siguiente para colocarlas con ayuda de una grúa en la explanada de entrada a la Cueva. Fue fácil porque ya teníamos los basamentos hechos, a los que puse por debajo mi nombre como recuerdo", cuenta. Una vez en Asturias, el contratista jubilado se dirigió a la diputación para devolver el dinero sobrante, que superaba las seis mil pesetas.

"López-Muñiz me dijo que había hecho una labor maravillosa y que me podía quedar con esa pasta, que era mucho para la época", apunta Moro.