No por esperada ha causado menos sentimiento de dolor la muerte de Genaro Amigo Chouciño, presidente durante los últimos ocho años de la Federación Nacional de Cofradías de Pescadores y, anteriormente, dirigente de la federación de A Coruña y patrón mayor de la cofradía de pescadores de Malpica.

Persona sumamente próxima, Genaro era como el mar que lo vio nacer y crecer: siempre generoso y fiel amigo, haciendo honor a su apellido primero. Por esto me duele especialmente su fallecimiento ya que entre nosotros, al cabo de muchos años de contacto, diálogo y entendimiento, surgió el primer y único desencuentro. El motivo fue, y no lo olvidaré nunca, un artículo en el que advertía sobre circunstancias poco gratas referidas a la federación nacional. No le gustó. No me llamó. Lo hice yo y me lo dejó, como en él era habitual, bien claro: no estaba de acuerdo y le parecía mentira que hubiera escrito lo que escribí. Consideró que era un ataque a su gestión y la de aquellos que en la federación le arropaban. No le planteé excusas, si bien intenté explicarle -al igual que a otros de sus compañeros más próximos- que lo dicho para nada tenía que ver con cuestiones personales, sino con unos hechos que conducían a la organización a su práctica liquidación. Genaro Amigo me despidió como nunca lo había hecho, no con el amistoso saludo de siempre sino con una sequedad que fue para mí el síntoma claro del daño que, sin buscarlo, le había causado anímicamente.

Hoy lamento públicamente aquel mal momento, aquel desencuentro del que solo un amigo común sabe y que, ahora, supongo, contemplará la ría de Muros y Noia con la nostalgia de haber perdido a un, para él también, Amigo del alma.

La gestión de lo público lleva en ocasiones a circunstancias como la relatada que no siempre han de dar por finalizada una relación de amistad de muchos años. Estoy seguro de que, de haber sido otras las circunstancias personales de Genaro Amigo Chouciño, habríamos tenido la oportunidad de aclarar personalmente las diferencias. Pero su enfermedad no me dio esa oportunidad y ahora es tarde para explicar nada. Me quedo, por tanto, con el dolor de haber perdido a un amigo y a Amigo Chouciño, Genaro. Me quedo, sin embargo, con los muchos momentos de amistad fraternal surgidos y vividos plenamente a lo largo de tantos años de encuentros y solo deseo que allí donde esté ahora, entienda que una cosa es el periodista y otra el amigo y que, por mi parte, jamás ha habido intención alguna de causarle daño. La próxima vez que nos veamos lo aclaramos, Amigo.