Casi sin tiempo para respirar y la Secretaría General de Pesca rectifica sobre la marcha y, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, prorroga la vida del bonitero cinco días más de los previstos. Es una bocanada de aire para pulmones exhaustos. Es una carallada complicada consecuencia de la protesta que, imagino, el departamento de don Andrés Hermida habría previsto. ¿O es que consideraba que la marea de votos para el partido en el Gobierno lograda el domingo en Galicia iba a silenciar las conciencias?

Deciden, por arte de birlibirloque, que hay que suspender la costera del bonito, los barcos boniteros próximos a la costa regresan a sus puertos base, desarman sus tinglados de pesca, se consuelan como pueden porque ya no podrán volver a pescar hasta principios del año próximo y, como surgido de un profundo examen de conciencia, llega el aviso de que sí, de que puede que no se haya pescado todo lo que la flota bonitera debía y que, mientras se hace el recuento -de toneladas de túnidos, que el de los votos ya está seguro- y te encuentras con que ya no tienes tiempo parta armar de nuevo las embarcaciones y optas, en buena lógica, por seguir amarrado porque para volver a seguir zurrando millas tras el bonito no tienes el tiempo necesario y, además, tampoco las opciones de capturas son tan grandes como para bailar una muiñeira.

Esa es otra: Para la Secretaría General de Pesca ha sido una buena y rentable campaña, mientras que para el sector extractivo ha sido mala a más no poder y con precios en lonja que, gracias a la competencia desleal de los barcos pelágicos franceses e irlandeses que vendían en rulas gallegas sus bonitos destrozados, apenas daban para sufragar los gastos de combustible.

Ha leído bien: Bonitos destrozados. Me lo ha dicho el patrón de unos de los boniteros que ya se encuentran en puerto. Ni siquiera sirven para la conserva, pero se han vendido así. Tampoco son producto de los sistemas tradicionales de pesca en el Cantábrico Noroeste (cacea y cebo vivo) sino del uso de redes pelágicas que, cual nuevas cortinas de la muerte, arrasan allí donde se largan. Mientras tanto, las patrulleras españolas controlan barcos de bandera nacional incluso en aguas irlandesas. Pero discriminan, vaya si discriminan: Solo buques españoles para inspección. Nada de franceses, irlandeses, holandeses o alemanes, no sea que alguien proteste. Los tripulantes de los barcos de aquí prefieren una sonrisa y tratar de tomar con calma todo lo que se les viene encima: además de no poder pescar, tener que dar explicaciones y mostrar diarios de pesca en blanco. Acojonados están. Pero de risa. De risa floja. Nerviosa. Porque lo que les gustaría es recibir una explicación de por qué se les inspecciona a ellos y a los demás, no.

Que, hombre, se agradece una patrullera española por ahí arriba, pero más se agradecería que las medidas de inspección fuesen las mismas para todas las flotas. Pero, ahora, paz y en el cielo chorizos. Muerto el perro se acabó la rabia. La mayor parte de los boniteros gallegos ya están a buen recaudo y así seguirán hasta que en los albores del año 2017 recuperen la actividad (si es que la Secretaría General de Pesca considera que todavía hay peces en el caladero nacional Cantábrico Noroeste) y limpian fondos no vaya a ser que los inspectores se cabreen.