Fue ciudad de mucho sombrerero. A Coruña tuvo fábricas durante la Ilustración, pequeños talleres y finas sombrereras. En los años sesenta, todavía quedaban en la calle Real algunas, entre ellas, Lolita Dapena, que trabajaba con rigor de artesano antiguo el arte del tocado femenino.

Una de las fábricas más importantes en la historia de la ciudad fue la de Juan Francisco Barrié, el primer Barrié que llegó a A Coruña desde su Francia natal y que pronto se convirtió en un comerciante de éxito, hasta el punto de estar entre los mayores contribuyentes a la hacienda local.

Juan Francisco Barrié d'Abadie, nacido en Fox, la Gascuña, Francia, en 1768, vino con 24 años, después de un tiempo viviendo en San Sebastián dedicado al comercio de granos, que continuó en A Coruña. Hizo una gran fortuna trayendo grano de Holanda cuando el mercado español estaba desabastecido por la guerra con los ingleses. Con su hermano Pedro, fue el primer importador y sus almacenes siempre estaban llenos, dicen las crónicas de su tiempo. También traía bacalao de Terranova y, en un sólo año, acumuló dinero suficiente como para comprar al catalán Salabert la principal fábrica de sombreros de A Coruña, en la que invirtió nada menos que la suma de un millón de pesetas para mejorar y ampliar la producción.

Semejante dispendio, y su probada observancia de la fe católica, le permitió obtener la nacionalidad española en 1808. Pudo así dedicarse también al lucrativo comercio con las Antillas -prohibido a los extranjeros-.

"Empezó a ganar mucho dinero, no obstante los riesgos, con el comercio ultramarino", señala el historiador Gil Novales, una forma eufemística de decir que se enriqueció rápidamente con el tráfico de esclavos, como tantos otros comerciantes coruñeses que se dedicaron a la trata de negros.

Con el dinero invertido en la fábrica, Barrié dio la vuelta al mundo de la sombrerería en A Coruña. Aunque la de Salabert era la más importante de la ciudad, el producto era más tosco. Barrié imprimió a la sombrerería el concepto de lujo. Hizo venir de la ciudad de la ciudad francesa de Lión a 24 técnicos sombrereros y traía de Rusia y otros países finas pieles.

Situada en la Estrecha de San Andrés -donde tenía la casa familiar con su mujer, Irene Marchesi, y sus siete hijos-, la fábrica daba trabajo a unos 140 operarios "de ambos sexos" y a unos cuarenta aprendices. "[...] se hacen anualmente de 21 a 22.000 sombreros, los cuales son buscados de todas partes con estimación, habiendo merecido que S.M. [la Casa Real] se hubiese dignado servirse de ellos en repetidas ocasiones", escribe el ilustrado Lucas Labrada, quien consigna que la empresa fue "fomentada por el Consulado" con 178.871 reales de vellón.

La fábrica de Juan Francisco Barrié -"de sombreros finos", se publicitaba- era la segunda más importante de A Coruña -y la primera de Galicia en su especialidad-, después de las fábricas de lencerías. Con la Real Maestranza de Mantelerías, constituía la primera industria de la ciudad, que también contaba con la fábrica de jarcia y cordelería de Pedro Marzal, que daba trabajo a unos setenta obreros; otra de pasamanería y dos de peines.

A Coruña tenía por aquel entonces una numerosa colonia de comerciantes franceses, que habían venido atraídos por el negocio portuario. Barrié representaba en la Junta de Comercio los intereses de otros 18 extranjeros establecidos en la ciudad y en la Guerra de la Independencia contra Napoleón fue uno de los que sufrió mayor escarnio.

En 1808 su casa fue asaltada y él encarcelado con el pretexto de protegerle de la furia popular. Acusado de afrancesado, un año después, el Tribunal de Seguridad Pública le embargó su patrimonio, incluida la fábrica de sombreros. Le fue incautada la casa donde vivía, sus enseres domésticos, muebles, víveres, su ropa y la de la familia -mujer y siete hijos-.

Reclamó al juez víveres y ropas, y poder seguir con la actividad productiva, puesto que era el sustento de su familia. Fernando VII fue inclemente. Le denegó todo, incluso que la mitad de los bienes gananciales quedasen fuera de la puja. La fábrica de sombreros fue adquirida en pública subasta por su consuegro, José Dalmau, que pagó 225.000 reales de vellón.

Se exilió en Francia, volvió a A Coruña en 1814 y un año después se revisó su proceso. Fue absuelto de la acusación de afrancesado y recuperó fábrica y honores. Fue cónsul vitalicio de Prusia y, con carácter eventual, de Austria, Rusia y Francia. Durante la ocupación napoleónica, fue regidor de A Coruña. Francia le concedió la Legión de Honor. El rey Carlos III lo hizo caballero. Su afrancesamiento, sin embargo -escribe Gil Novales- no le impidió colaborar con el absolutismo, durante el cual se dedicó a fiscalizar las conductas políticas del trienio liberal.