Pepiña vive en Alicante, lejos de la tierra que la vio nacer y que tan malos recuerdos le trae. La primogénita de Benigno Andrade García, Foucellas, aterrizó el jueves en Alvedro para participar en los actos en homenaje a su padre que la Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica da Coruña ha organizado con motivo del centenario del nacimiento del guerrillero antifranquista gallego más legendario. Dice que lejos de sanar, la herida que le dejó la represión franquista y la pérdida prematura de sus padres se hace cada vez más profunda y por eso no visita Galicia desde hace treinta años. "Ha habido noches en Alicante que cerraba el negocio y me iba llorando por la calle, pensando en todo lo que nos pasó", rememora.

La historia de Pepiña es tremendamente trágica. Nació en 1936, con la Guerra Civil, y su hermano, en 1939, el mismo año en que su padre se echó al monte. Sergio -el más pequeño de los dos- todavía sufre las secuelas de su infancia y cede a su hermana el protagonismo en los actos. "Sufrió mucho", justifica ella.

Josefa Andrade, Pepiña, se

reencontró con Foucellas a los cuatro años, cuando volvía a casa tras pasar la tarde jugando en la calle. "Mi madre [María Pérez Mellid] me dijo que podía quedarme un poco más y aquello me pareció rarísimo porque no le gustaba que estuviéramos fuera mucho tiempo". Alertada por el cambio de humor de su madre, Josefa entró en casa mientras ella salía a buscar agua. "Cuando vi a un soldado tendido en la cama de mi madre me eché a llorar y empecé a decirle que se lo iba a contar todo a mi padre", relata. El soldado no era otro que Foucellas disfrazado, pero ni él ni su mujer consiguieron convencer a la niña de que su madre no era una adúltera hasta que una vecina medió y le advirtió del peligro que correría el guerrillero si alguien lo delataba. "Desde entonces, empezamos a ir al monte a verlo, pero nunca dije dónde estaba", relata. Y es que la Guardia Civil acosaba a la familia de Foucellas con continuas visitas a la casa familiar de Curtis en las que amenazaba a la mujer y los hijos del fugitivo.

María Pérez Mellid cayó antes que su marido por tenencia de propaganda comunista y fue encarcelada durante casi un año. Luego, la desterraron a Valladolid y sus hijos tuvieron que repartirse en casas de familiares. Fue así, con sus parientes, como recibió la noticia de la detención de Foucellas, el 9 de marzo de 1952, y la visita de la policía que la llevó hasta la cárcel de A Coruña para despedirse de su padre. Ayer, junto al monumento del Campo da Rata, rememoró aquel momento: "Cuando llegamos, había dos oficiales del Ejército, un sacerdote y un notario y mi padre nos dijo: ´Estad tranquilos, hoy me van a ejecutar´. Teníamos 16 y 13 años y nos echamos a llorar", recuerda Pepiña, que aún hoy, a sus 72, tiene grabadas las últimas palabras de su padre: "Muero por mis

ideas y por defender la libertad y a un gobierno legítimamente elegido. Yo no lo veré, pero vosotros sí, ojalá España entera pueda vivir en libertad". Al amanecer del 7 de agosto, fue ejecutado a garrote.

Pepiña perdió al año siguiente a su abuela y se exilió en París, donde sufrió una fuerte depresión como consecuencia de una infancia de soledad y sufrimiento.

"Soy de la misma ideología que mi padre, pero no juzgo a la gente por sus ideas. El rencor es más un sentimiento de la derecha que de la izquierda" dice. Es de las que defiende la causa de Garzón contra los crímenes del franquismo: "Los que se oponen o no son seres humanos o tienen miedo de lo que hicieron".