El anciano que mató a su mujer en Coristanco el 7 de agosto con una maza y se entregó en A Coruña, hasta donde llegó en taxi, declaró ante la Policía judicial unas horas después de haber cometido el crimen que la víctima lo había amenazado con un cuchillo de cocina, "como los utilizados para matar los cerdos". Según sostuvo ante los agentes que se hicieron cargo de la investigación, "nunca se le pasó por la cabeza" la idea de acabar con la vida de su esposa, de la que había estado separado, aunque en el momento de los hechos estaban conviviendo en el mismo domicilio del lugar de Piñeiro, en la parroquia de Ferreira. Afirmó que la actitud de la fallecida, Ubaldina Pazos, al coger el cuchillo fue lo que provocó su reacción de golpearla con la maza.

La misma noche del crimen, Ramón I.G. reconoció que se encontraba mejor "que si no la hubiese matado", "que de no haberlo hecho, no le esperaba otra cosa que vivir como un perro". El acusado fue reconocido ayer por un forenses en los juzgados de Carballo, hasta donde fue conducido desde la cárcel de Teixeiro para que el juez ratificase su ingreso en prisión, lo que no fue posible porque el único que no está de vacaciones fue quien decidió internarlo al día siguiente de haber matado a su esposa.

Ramón I.G. explicó a los agentes que después de golpear a la mujer en el pecho tres o cuatro veces mientras ella estaba en el suelo, pataleando y pidiendo auxilio a gritos, fue a la puerta de la casa y cogió las llaves que estaban puestas en la cerradura. Regresó a donde se encontraba la víctima, que ya no se movía, según su declaración, y le introdujo las llaves en la boca. "Toma, aquí tienes tus llaves para que me cierres la puerta", le espetó el anciano a la fallecida. En las dependencias de la Policía judicial de la Guardia Civil explicó que lo había hecho porque las discusiones con la víctima casi siempre estaban provocadas porque ella no le dejaba tener las llaves de la vivienda, lo que le obligaba a esperar fuera "como un perro" hasta que regresase, según contó.

Tras cometer el crimen, el hombre llamó a un taxista al que conocía y le pidió que lo fuese a recoger. A la altura del peaje de Arteixo le contó que había matado a su mujer, lo que provocó que el conductor se pusiese muy nervioso. "Tuve que tranquilizarlo", declaró el acusado, quien convenció al taxista para que lo dejase en un bodegón de la calle Francisco Catoira.

Allí se tomó varios claretes y recibió varias llamadas de la Guardia Civil. Los agentes querían saber dónde se encontraba, pero en el local había poca cobertura -explicó el homicida- y la llamada se cortó. Al camarero le confesó también el crimen y después salió a la calle y se puso a andar en dirección al cuartel de la Guardia Civil. En el trayecto paró a dos patrullas de la policía a las que contó lo sucedido, pero los agentes no le creyeron y le dejaron marchar.

Los ocupantes del tercer vehículo policial que paró llamaron al puesto, donde les indicaron que lo llevasen hasta el cuartel. Ya detenido, el hombre contó que comenzó a llevarse mal con su mujer diez años después de casarse, cuando ella se quedó por primera vez embarazada de otro hombre.