Dice que tiene una faceta romántica y otra fauvista, pero que solo esta última sale a la luz. Juan Galdo, pintor expresionista con más de medio siglo de experiencia, regresaba el pasado sábado a A Coruña para inaugurar sus Contrastes, una muestra de veinte piezas en las que impera esa tendencia fauve de colores puros que cultiva desde hace décadas. Los rojos y amarillos de sus luces, y los verdes y azules de sus sombras resaltan en las obras que exhibe en la Galería Arte Imagen, un espacio con el que trabaja desde 1997 y que albergará sus pinturas hasta el 27 del próximo mes.

"La exposición se llama así porque yo soy un pintor de contrastes", explica Galdo. "Trabajo colores cálidos y fríos, los más difíciles de manejar, siempre buscando retos", añade.

Al igual que la mayoría de su producción, estos tonos vivos también han dominado su última tanda de pinturas. Los emplea en la muestra para dar vida a escenas nocturnas y diurnas, cuadros engarzados como conjuntos en series de paneles que, en ocasiones, dibujan paisajes conocidos. "Tengo una pintura del muelle de Mugardos, y también varios cuadros de la gente comprando en Pontedeume, en el feirón", cuenta el artista, añadiendo luego a la lista una panorámica en tres partes del espacio entre la Torre de Hércules y el Estadio de Riazor.

Para plasmar estos lugares en el lienzo, Galdo ha optado por el óleo, así como por la pintura acrílica, una de las técnicas que más está trabajando en la actualidad. Otros métodos propios, como las tintas pulverizadas que empleó de forma intermitente desde el 65, han quedado ya, dice, relegadas; debido principalmente a la toxicidad de los materiales que las componen. "Las tintas son venenosas, y me hicieron un poco de daño, porque los cuadros se hacían soplando", afirma.

Aún así, su afán de experimentación no ha menguado. El pintor cree que "el arte es riesgo" y no ve "alicientes" en "repetir". Por ello, siempre está explorando nuevos caminos, una actitud que, según explica, se debe a su existencia fuera de los círculos comerciales: "Vendo lo que pinto, pero no pinto para vender. Una cosa es ser artista y otra comerciante, y eso último yo nunca lo he sido", comenta.

Bajo esa libertad, Galdo ha pasado de los bodegones y las figuras a los paisajes, del impresionismo de su época parisina a su expresionismo de colores inventados. "Hago una transformación de la realidad. Si el cielo es azul, yo lo altero y lo pinto rojo, y después hago que vaya jugando con el resto del cuadro", afirma.

Los pasteles han quedado olvidados frente a esos tonos vivos. Los usaba en sus retratos infantiles de los años 70, una de sus etapas artísticas más exitosas, pero que abandonó sin apenas tapujos. "Muchos me piden que los recupere, pero no quiero. Sería volver a atrás", asegura Galdo, que reconoce sin embargo que su renuncia no ha sido absoluta. A día de hoy, sigue retratando a una persona: su nieta de nueve años, a la que ha pintado desde que comenzó a existir. "Solo la retrato a ella. Si le digo a alguien que estoy en mi parte romántica, ya saben que la estoy dibujando", cuenta el pintor, elevando a 40 los cuadros de la niña que ha realizado, y que nunca aparecen en sus muestras.

La pintó a los cinco días de vida en el hospital, e incluso antes, a partir de una ecografía, cuando todavía estaba en el vientre de su madre. Ahora, ya cerca de la década, lo hace "cada vez que le cambia la cara". "Le quiero dejar un legado, que no se olvide nunca de mí", alega.