Azafranes Bernardino cambia de sitio, y con él, su olor inconfundible a hierbas y pimentón. El negocio de especias, el más longevo de la provincia de A Coruña, se traslada de su histórico asentamiento en la Galera a una nueva ubicación en el 31 de la calle San Andrés. El principal motivo, resistirse a la desaparición.

"La antigua dueña quería jubilarse tras toda la vida tras el mostrador. Siendo el establecimiento más antiguo, era una pena que cerrase, por lo que decidí hacerme cargo", nos cuenta la nueva dueña, Carmen Pico Abad, quien cuenta con la colaboración de su hijo y su nuera para alcanzar el objetivo de expandir el añejo negocio. "Nos gustaría, si la cosa va bien, convertirlo en una franquicia y abrir otras tiendas. Primero hay que comprobar si el modelo funciona", explica la propietaria. Una de las particularidades de Azafranes Bernardino, local en funcionamiento desde el año 1800, reside en que la fábrica y la tienda comparten espacio en el local de la Galera. Ahora, con la mudanza, la fábrica se queda en el mismo sitio y el punto de venta se traslada, pero la idea es conservar el carácter artesanal de la producción.

La reciente propietaria, que a sus 54 años jamás imaginó volver a emprender, se muestra ilusionada con los nuevos proyectos con los que quiere afrontar esta nueva etapa en Azafranes Bernardino. "Nos gustaría comenzar a ofrecer en el local una serie de cursos gratuitos y en tono coloquial, impartidos por profesionales médicos, sobre el uso y los beneficios de las especias. Son muchos y la gente los desconoce", asegura Carmen Pico.

Azafranes Bernardino es uno de esos locales decimonónicos sin los que uno ya no se imagina el callejero coruñés. Es otro de los negocios tradicionales que ha sobrevivido al paso del tiempo y la renovación de las zonas comerciales, como también han sabido hacer las célebres pelucas de Monna Lisa, las seis generaciones tras el mostrador de la Farmacia Villar o la confitería La Gran Antilla, ahora reconvertida en café-pastelería. Distinta suerte han corrido otros establecimientos de solera, obligados por el cambio en las modas y los tiempos a cerrar sus puertas, como es el caso de la Joyería Helvetia, cuya artística fachada de azulejo ha desaparecido de la esquina de la calle Olmos con Rúa Nova.

Hoy, Azafranes Bernardino se reinventa y aunque se traslada, sigue conservando la esencia del mismo que abriera sus puertas hace más de dos siglos. Una nueva vida para el negocio de siempre.