Periódicamente, una cooperativa de ganado de A Capela envía diez litros de leche al Laboratorio de Radioactividade Ambiental de la Universidade da Coruña (UDC). Las instalaciones también reciben, cada tres meses, el menú de desayuno, comida y cena de un restaurante ferrolano. Son algunas de las mediciones que el laboratorio realiza para asegurarse de que los niveles de radioactividad no sean preocupantes para la salud de los habitantes del Noroeste de España, una labor que el Consejo de Seguridad Nuclear les lleva encargando desde 1996 y que, según un convenio reciente, desempeñarán los próximos cuatro años.

José Luis Calvo, que dirige el laboratorio desde 2010, explica que el centro ha ido aumentando el número de mediciones y actualizando los métodos para vigilar la radioactividad. Además del control de la leche, que es "muy importante", y el de la dieta tipo, los técnicos del laboratorio hacen pasar "cantidades ingentes de aire", empleando un compresor, a través de un filtro, que más tarde se analiza en las instalaciones del laboratorio para vigilar la presencia de isótopos en el aire.

Las muestras de suelo se extraen siempre del mismo punto, en Estaca de Bares, pues permite controlar la Mariña lucense y la costa asturiana; además de Galicia, el laboratorio vigila la radiación de partes del Principado y de Castilla y León. De entre los 18 laboratorios que componen la red de colaboradores del Consejo de Seguridad Nuclear, el de la UDC "somos los que más zona abarcamos", explica Calvo.

En cuanto al agua, explica el responsable del laboratorio, "empleamos la del grifo". Proviene del embalse de As Forcadas, que abastece a buena parte de Ferrolterra, ya que el laboratorio se encuentra en la Escuela Universitaria Politécnica del campus de Serantes, en Ferrol.

Los materiales que entran en el laboratorio son sometidos a un tratamiento químico para aislar las muestras que contienen radioactividad, y después estas se pasan a una sala de medición completamente aislada de cualquier sesgo externo que pudiera desvirtuar los análisis. Según señala Calvo, el Consejo de Seguridad Nacional somete cada año a los más de 50 laboratorios habilitados para medir radioactividad en España a una prueba para comprobar su precisión, y el de la UDC "siempre quedamos entre los cuatro primeros puestos, y siempre nos ponen de ejemplo".

Finalmente, los técnicos están pendientes de las alarmas que les pueden llegar de empresas estratégicas, en las que hay arcos que vigilan que no se introduzcan en Galicia materiales como la chatarra que pueden tener presencia de radioactividad.

Chernóbil y Fukushima

Calvo señala que la medición de la radiación ambiental empezó con Chernóbil. El desastre de la planta ucraniana en 1986, que originó una nube radioactiva cruzó el telón de acero, puso de manifiesto la necesidad de controlar la radiación en el aire y la atmósfera, incluso en lugares muy alejados de las centrales.

Esto se vio, en su opinión, con el accidente de Fukushima de 2011. Entre Galicia y Japón hay más de 10.000 kilómetros de distancia, pero ese año llegó una nube de radiación procedente del desastre, que precisamente entró en la Península Ibérica "por la zona de A Coruña y Ferrol". El responsable del Laboratorio de Radioactividade Ambiental señala que la población tiene que concienciarse de que un accidente nuclear en cualquier parte del mundo "puede llegar aquí".

Así, en 2011 la radiación se elevó en Galicia "de forma muy significativa", si bien Calvo descarta que esto acarrease un problema de salud para la población de la comunidad, puesto que el pico fue muy breve. "Si se hubiese alargado en el tiempo un par de meses", añade "hubiera sido otro asunto", pero la radiación funciona de modo acumulativo, y dosis altas pueden no ser peligrosas si se reciben de manera espaciada.

La radiación tiene también fuentes naturales, como el radón. Sobre este gas, Calvo señala que este gas presente en el subsuelo gallego "lleva existiendo toda la vida, y no hay que crispar a la gente" con su peligrosidad, que no supone un peligro para la población general.