Ha retratado a Raphael, India Martínez y Vetusta Morla. También a Pedro Sánchez o a Íñigo Errejón, en alguno de los mítines que ofrecieron en una ciudad que hoy redescubre con su cámara. Cris Andina, fotógrafa habitual de todo lo que se mueve en las salas de conciertos de la urbe, nunca pensó que llegaría a capturarla tan a medio gas. Pero el pasado marzo, con su objetivo a cuestas, salió de su confinamiento para dejar constancia de esas estampas otrora apocalípticas: los Cantones vacíos, la Torre de Hércules sin turistas. Los arenales, sin toallas.

Fue el viernes santo cuando se atrevió a poner un pie en la acera. Hasta entonces había cumplido el confinamiento a rajatabla, a pesar de que su profesión le permitiera salir, pero optando por la compra a domicilio o echando mano de una vecina "que tiene que ir a su puesto y de paso me la acerca". El 10 de abril cogió ella misma las bolsas, pero también el coche, porque tenía un encargo. La agencia Getty Images le había pedido un reportaje sobre la urbe desierta, y ella cumplió, aunque algo incómoda porque, advierte, en esta época "cuando sales a la calle te sientes observada".

Sobreponiéndose, ha dejado para la posteridad instantáneas de puntos antes concurridos, como María Pita y la plaza de Pontevedra. "Me dio un poco de bajón verla sin nadie, pero entonces también piensas: qué orgullo de ciudad", dice la artista. Ahora ha vuelto a encerrarse en su casa de Novo Mesoiro, donde la realidad de la cuarentena ha sido más cercana. "Aquí todo está tranquilo, no es como el barrio central. Mi calle da a la montaña y hacia ese lado no hay mucho movimiento", apunta la fotógrafa.

La calma es tal que no ve, aunque sí escucha, las palmas de las ocho, que le hacen tomar consciencia de un tiempo que no quiere que pase en balde. Dice que estos días trabaja incluso "un poco más", sin dejarse llevar por los obstáculos que, para una profesión como la suya, implica el no poder cruzar la puerta. Puede que no cuente con modelos, pero se tiene a ella misma, o incluso a algún muñeco perdido en el armario. "Primero uso un peluche para poner el foco, y luego me pongo yo. Te lleva más tiempo porque no lo estás viendo, pero así sigo aprendiendo para dar un plus a los clientes en las próximas citas", afirma.

Su juego actual son los geles de colores, con los que experimenta desde bien temprano. A pesar de que el trabajo ha descendido, Andina se sigue levantando a las ocho para cargarse de cafeína, y sumergirse en el estudio que tiene equipado desde hace dos años. Allí ha llegado a pasar "hasta tres días metida", pero "pasar a 30", reconoce, "es difícil". Cuenta que "las primeras semanas fueron los peores", con el martilleo en la cabeza de "la hipoteca a pagar sabiendo que no tendría ingresos", pero ahora, resignada, le pasan "las horas volando".

Lo que más ha lamentado este mes es no haberse decidido a comprar una mascota, ya que pasa sola la cuarentena. La ausencia la suple con "mucho teléfono", que no dejó de sonar este 23 de abril, su cumpleaños. Algunos de los que marcaban eran compañeros de profesión que "se dedican a bodas y hasta septiembre tienen todo suspendido". Ella tampoco ve el horizonte muy brillante, ya que en marzo facturó "más y no pude acogerme a las ayudas para autónomos", por lo que baraja abrir su abanico para sobrevivir a la pandemia.