Si en las primeras fases de la desescalada la preocupación mayoritaria eran los niños, a quienes se colgó la etiqueta de posibles vectores de contagio, ahora son los jóvenes y adolescentes los que se encuentran en el ojo del huracán de la opinión pública. Botellones, discotecas y pubs se han convertido, en las últimas semanas, en escenario de rebrotes: los vídeos que dan cuenta de la irresponsabilidad y poca memoria de unos pocos, que piensan que el virus nos ha abandonado para siempre se cuentan por decenas, abren informativos e inundan las redes sociales.

Internautas y telespectadores dirigen su indignación hacia un rango de edad a cuya inconsciencia culpan de generar una situación que aboque a la población a otro confinamiento por el que nadie está dispuesto a pasar, y que traería consecuencias económicas, sociales y sanitarias nefastas. La generación Z, por su parte, se defiende. Aunque la mayoría reconoce que, en ocasiones, son los estratos más jóvenes los menos conscientes, piden que no paguen justos por pecadores. Reclaman que no se generalice y que, por una vez, se escuchen sus demandas antes de criminalizarles.

"Quieren cerrar los espacios que frecuentamos, pero no se ha contado con nosotros para diseñar la desescalada en esos sitios ni cómo podrían reconvertirse para que funcione", juzga una estudiante universitaria. Mientras que algunas comunidades ya han optado por decretar el cierre de pubs y discotecas, en A Coruña estas siguen siendo alternativas viables, algo que, no obstante, empiezan a cuestionar los propios señalados. "Creo que lo más sensato sería cerrar las discotecas, ahora mismo no aportan nada más que riesgo", opina otro estudiante, Sendoa Roldán, quien, junto a Rosalía Bouza, Inés Pesado y Mar Sarandeses pone cara y voz en este reportaje a ese sujeto indeterminado, los jóvenes, que tienen mucho que decir al respecto de ser los nuevos culpables de todos los males de la sociedad, lugar en el que, consideran, se les ha situado.

La mayoría apela a las distintas realidades que experimentan y se muestra preocupada por proteger a los suyos. "Todos tenemos mucho que perder, los jóvenes, también, aunque no se diga", claman.

Mar Sarandeses - Educadora Social

"No es una cuestión de edad, sino de falta de empatía"

Mar Sarandeses, educadora social de 22 años, no se saca la mascarilla en las cinco horas que pasa cada mañana en la biblioteca preparando oposiciones. El gel hidroalcohólico, siempre consigo. Y de compartir comida en los restaurantes, ni hablar. Son solo algunas de las muchas precauciones que toma para prevenir la exposición al virus: un celo que lleva a rajatabla y que ya ha habido quien ha tachado de exagerado en alguna ocasión. Le sorprende y entristece que se cuestione su forma de proceder. "El hecho de que la gente se extrañe de que yo me lo tome tan en serio y me pregunte que por qué lo hago, ya da que pensar", reflexiona. Admite que, como cualquier persona de su edad, no le faltan ganas de salir de fiesta como antaño, pero no está ni estará en sus planes regresar por ahora a pubs o a discotecas. Aunque entiende a quien quiera divertirse tras el encierro y con la llegada del verano, considera que hay ciertas cosas que tendrían que quedar en un segundo plano en un escenario pandémico que está lejos de haber quedado atrás. "Puede ser que haya gente joven que salga y se olvide, pero hay mayores que lo hace igual de mal. No es cuestión de edad, sino de falta de empatía", juzga. Su prioridad, el autocuidado; así repercutirá en sus allegados más vulnerables ante un virus que todavía se resiste a abandonarnos del todo . "En mi entorno hay gente de riesgo que lo está pasando realmente mal. Cuidarles a ellos implica cuidarme yo", asevera. Querría ver su actitud responsable como la norma y no como la excepción, e invita a el suyo y otros rangos de edad a reflexionar el porqué de los cuatro meses de confinamiento y los aplausos en el balcón. "No me perdonaría que una irresponsabilidad mía le jugase una mala pasada al resto. Hasta que no nos toque de cerca, no nos lo vamos a tomar en serio", lamenta.

Rosalía Bouza - Auxiliar de biblioteca

"Si hay rebrote, peligra mi puesto de trabajo"

El de Rosalía Bouza, 26 años y graduada en Información y Documentación, es uno de los rostros de la generación entrecrisis. Si la del 2008 puso en jaque sus expectativas de futuro, la del 2020 compromete seriamente su presente laboral. El confinamiento derivado del estado de alarma la dejó en el paro y ahora, ya en su nuevo puesto de trabajo, teme la llegada de un rebrote que traiga para ella consecuencias similares. "Dos días antes del estado de alarma, en mi empresa anterior me dejaron caer que me iban a renovar otros nueves meses. Ese viernes me dijeron que cogiese vacaciones y que ya me llamarían", recuerda. Tras tres meses de inactividad, dio con un puesto de auxiliar de biblioteca que no quiere arriesgarse a perder, por lo que no escatima en medidas de seguridad. Tampoco los usuarios del centro en el que trabaja. "Aquí tenemos todas las medidas: mascarilla, mamparas en los mostradores, geles, ponemos en cuarentena todo el material que prestamos...", enumera. Toda precaución es poca. "Si hay rebrote, peligra mi puesto de trabajo", lamenta, aunque, asegura, puede estar tranquila, ya que en la biblioteca, niños y mayores hacen los deberes. "Al principio tenía algo de miedo porque la biblioteca está en un sitio bastante turístico, pero la verdad es que no estoy nada incómoda, todo el mundo cumple", observa. Admite, sin embargo, que su generación puede haberse ganado la desconfianza que pesa sobre ella con respecto a su compromiso con las medidas de prevención. Ciertas actitudes de las que ha sido testigo así lo certifican. "Creo que sí, puede haber menos conciencia entre la gente joven. Escuchas muchas veces decir que da igual cogerlo, que es solo un catarro. Si lo llevas a casa y se lo pasas a tus abuelos, ya no es solo un catarro", considera. Con respecto al ocio nocturno, propone cautela y medidas estrictas. "No es cuestión de cerrar, hay que pensar también en la economía. Tendría que estar todo mucho más regulado".

Sendoa Roldán - Estudiante

"Me encanta salir de fiesta, pero no voy a pisar ni una discoteca"

Sendoa Roldán, de 23 años, estudia Empresariales y no se pierde un jueves. O, al menos, así era antes de que la crisis sanitaria entrase en la rutina de la población para ponerla patas arriba. Ahora mismo, tiene claras sus prioridades. "Me encanta salir de fiesta, pero no he pisado ni una discoteca ni un pub desde su reapertura, ni tengo pensado hacerlo", asegura. Desde marzo, el lavado de manos y la distancia social son parte de su día a día. La mascarilla, una prenda más sin la que no se plantea pisar la calle. "Trato de mantener al máximo las distancias y de tocar cosas como puertas de baños de bares lo menos posible, o tocar los botones del cajero con los nudillos, por ejemplo. Son medidas simples, pero creo que efectivas", añade. Aunque sabe de alguno a quien la situación preocupa menos y que, ante la apertura de los locales de ocio, ha optado por regresar a las pistas, asegura no tener queja con respecto a su entorno inmediato. "En mi entorno hay de todo, gente a la que le da más igual y gente que lo hace mucho mejor que yo. Con los que salen de fiesta procuro no relacionarme. Comprendo a la gente de nuestra edad que lleva cuatro meses encerrada, pero hay alternativas", asegura. No entiende, sin embargo, que sea su generación la señalada como única culpable de los rebrotes recientes, ya que, considera, irresponsables hay en todas las añadas. "Hay mucha gente joven que lo hace mal, pero también personas mayores que pasan de todo, y que encima se enfadan si se lo señalan.", observa. Para él, afirma, no hay más opción que curarse en salud, ya que convive con sus dos abuelos, cuya integridad prima sobre el resto de cosas. "Mis abuelos son personas de riesgo, vivo con ellos y solo por eso ya tengo que tomármelo muy en serio. Nunca tengo contacto con ellos, estoy lo más alejado posible y trato de no hablarles demasiado cerca si vengo de fuera", ejemplifica.

Inés Pesado - Graduada en Farmacia

"Compaginar precaución y ocio nocturno es un reto"

Inés Pesado acaba de graduarse en Farmacia. Lo hizo tras culminar unas prácticas en el hospital, que requería para obtener su título y que la crisis del coronavirus le obligó a interrumpir el pasado marzo. Cuando pudo reanudar su estancia hospitalaria, lo hizo sabiendo que un paso en falso en su tiempo libre podría traer consecuencias dramáticas. "En el hospital se nos pidió que fuésemos responsables de nuestro ocio, ya que estábamos en contacto con pacientes. El cómo nos comportásemos en nuestro tiempo libre podía tener repercusiones importantes en ellos", relata. Aunque se considera prudente en su forma de actuar, el revulsivo de los últimos meses le hizo reflexionar. "Me di cuenta de lo difícil que puede ser compaginar precaución y ocio nocturno. Es un reto decir que no a ciertas cosas", opina. No ha acudido a discotecas ni lo hará, pero considera que el hecho de mantener abiertos los locales y confiar en la buena voluntad de su clientela es un movimiento arriesgado. "Me parece inviable, por mucho que confíes en la gente, si hay alcohol de por medio uno tiende a despreocuparse. Creo que el cierre sería la mejor opción por ahora", propone. Aunque su generación tenga parte de culpa, considera que la responsabilidad de los rebrotes hay que buscarla en las actuaciones colectivas. "Hay mucha gente que piensa que puede hacer su vida de antes. Solo hay que ver las estadísticas. Las medidas que se están tomando son las adecuadas, incluso creo que deberían ser algo más estrictas", plantea. Ella, que vivió la crisis sanitaria desde otra óptica al convivir con su madre, farmacéutica, que no cesó su actividad durante los peores momentos de la pandemia, cree que hay lugar para el optimismo si las cosas se hacen bien. "Al principio estaba preocupada porque vivimos con una persona de riesgo y mi madre estuvo en primera línea, pero al final no ocurrió nada, y fue una forma de darme cuenta de que si se toma en serio, se puede reducir el riesgo", comenta.