El día en el que se despidió de este mundo José Pérez Pombo (A Coruña, 1892-1924), a un lado del féretro, estaban sus ex compañeros de césped de Coruña y Deportivo y al otro, Luis Huici. Le sostenían, ya sin vida, sus dos mundos, el del capitán y futbolista internacional, y el del alma bulliciosa y receptiva a la vida cultural de su ciudad, a todo tipo de artes. Caricaturista, divulgador, habitual de las tertulias del café La Peña, polo de conversación e inquietudes que frecuentaban en los años 20 Abelenda, Julio J. Casal, Ángel del Castillo o Álvaro Cebreiro, entre otros. Incluso se pudo ver por allí en alguna ocasión a Castelao.

La semana que ha vuelto la selección y que se ha estrenado José Sambade con los porteros en Las Rozas recobra vida el que oposita a ser el primer internacional coruñés de la historia. Fue titular el 25 de mayo de 1913 en aquel partido de Amute en Irún en el que un combinado de la Real Unión Española de Clubs de Football se midió en nombre de España a Francia (1-1) y que muchos historiadores reivindican como el duelo inaugural por delante de la Furia de Amberes. Ni Ramón González ni Monjardín ni Chacho. Pepe Pérez Pombo, un alma inquieta, fue el primero.

Foto de Dépor y Coruña con Pombo, sentado a la izq. // APD

“Juega a todo y a todo bien, pero desnaturaliza los juegos”, escribía de él Julio R. Yordi en 1954 en La Peña y la peña: tertulia y tertuliantes, esa biografía literaria de sus años mozos y de las andanzas de aquel café del centro que se encontraba cerca de redacciones de diarios como El Noroeste. “Dibuja, pero serán grotescos personajes, diablos revoltosos o monstruos poenianos”, relata, además, de un artista descreído y “originalísimo”, al que consideraba “un insuperable deformador de la pintura, la escultura...”. Llegó a exponer tres de sus creaciones en 1923 en la Tercera Exposición de Arte Gallego, celebrada con boato en A Coruña, junto a artistas con los que compartía diatribas en La Peña, a los que habría que sumar también a Abelenda, Román Navarro, Sotomayor, Taibo...

“Era originalísimo, un insuperable deformador de pintura y escultura”

Antes de llegar a ese punto, a meses de su muerte, Pérez Pombo había trazado una vida apegada al deporte y a las inquietudes culturales y sociales de una familia burguesa de principios del XX. Por encima de todo, fue un gran futbolista, un finísimo medio, que jugó en diversos clubes, sobre todo, en el Coruña, una entidad nacida antes que el Dépor, cercana a las clases altas y a familias militares y que, por entonces, le disputaba al club blanquiazul el cetro de entidad más popular de la ciudad.

Imagen en primer plano de José Pérez Pombo

Imagen en primer plano de José Pérez Pombo

Fue atleta en su juventud en un entorno con una amplia vocación por estas actividades, ya que su hermano Luis fue jugador del Deportivo y formó parte del histórico equipo campeón de Galicia de 1927. Su hermana Araceli fue pionera del tenis en Galicia e incluso, en una estancia que tuvo en Suiza, coqueteó con el Bobsleigh y casi compite internacionalmente en esta disciplina, tal y como recoge Cristina López Villar en Pioneiras do Deporte en Galicia citando fuentes hemerográficas.

Pepe se decantó finalmente por el fútbol. Su culmen llegó en aquel partido de mayo de 1913, que fue vivido como un acontecimiento en A Coruña. Los periódicos recogían hasta las noticias de su traslado en tren a Irún para disputarlo. Era parte de la cuota gallega junto a Cipriano Prada, los dos únicos que no eran vascos de un combinado en el que destacaba el meta Eizaguirre. Entonces, ya era el capitán del Coruña, lo fue durante una época de alta tensión con el Dépor. Unos ánimos que, en alguna ocasión, tuvo que calmar como jugador y que, en otras, enardeció con decisiones polémicas como colegiado, otra de sus facetas. Se retiró en 1914 después de dislocarse la rodilla en un duelo ante el Vigo. Lo dejó casi en su cénit, pero su cabeza volaba, nunca había sido el balón su única preocupación.

Una caricatura de Pérez Pombo realizada por Núñez Carnicer.

Una caricatura de Pérez Pombo realizada por Núñez Carnicer.

Tuvo entonces más tiempo para cultivar esa vena cultural y artística a través de la palabra, a través de la acción, perteneciendo a diferentes sociedades, participando en exposiciones. También fue divulgador sin dejar de lado el fútbol. En 1923 publicó Compendio del Reglamento del fútbol, un pequeño libro con epílogo de Hándicap, que desentrañaba los entresijos de las reglas del juego, que para algunos profanos eran todavía imposibles. Se alababa entonces su claridad y sencillez expositiva.

Meses después, el 21 enero de 1924, fallecía tras una enfermedad laríngea. Su adiós fue un golpe para su familia, que dos años antes había perdido a su padre Cándido y dos después vería como se marchaba su hermana Araceli. También para la ciudad. Todas las necrológicas de entonces glosaban sus inquietudes, pero sobre todo su buen carácter y afabilidad. El entierro fue concurrido y, meses después, sus compañeros de Cántigas depositaban flores en su tumba.

Había dejado huella por lo que hizo y por cómo era. Julio R. Yordi, quien también llevó su féretro, lo recordaba en su libro como “el payaso o el niño travieso” de La Peña, al que “todos temían” a la par que necesitaban. Todo lo distorsionaba en su culto a “la caricatura” que no solo fomentaba a partir de su trazo, también en su forma de ser. Ha pasado un siglo y cobra vigencia su figura en esa revisión histórica que pretende colocarlo como el primer internacional coruñés, aunque, en realidad, José Pérez Pombo era muchísimo más.