Rosa Montero es rara. Y no lo oculta. Pero es que defiende que todo el mundo lo es. Rarezas que nos hacen únicos. Es una de las muchas teorías que incluye en El peligro de estar cuerda, su último libro, que presentó ayer en la UNED de A Coruña junto a Javier Pintor y Xavier Seoane, dentro del ciclo Encontros con escritores.

El título de su libro ya genera muchas preguntas. ¿Cuál es el peligro de estar cuerda?

Pues mira, esa frase es un verso de un poema de Emily Dickinson. Parece casi seguro que su padre y su hermano abusaron de ella, así que terminó la segunda parte de su vida encerrada en su habitación. Publicó en vida siete poemas y cuando murió se encontraron 1.400 más. Este verso es de un poema precioso en el que habla de la niñez oscura y de que encontró los versos de Browning y se quedó absolutamente embelesada. En esa niñez oscura, conoció la brujería de la literatura y le salvó la vida. Ella decía que si volviese el peligro de estar cuerda, regresaría otra vez a la poesía. Para ella, la cordura era su vida, el horror y el infierno. La imaginación era la vida que la salvaba.

Entonces, ¿esos conceptos están estigmatizados?

Sí. Una de las tesis del libro dice que la normalidad no existe. No solo lo digo yo. Hay un trabajo de la Universidad de Yale que concluye que la normalidad no existe. No es más que una construcción estadística. No debe haber nadie en el mundo, ni hombre y mujer, que atine en todos los parámetros con esa media estadística, así que todo el mundo es divergente en algo. Hay alguno que es más raro que otro. Pero lo que es normal es ser raro. Lo que tenemos que hacer es encontrar nuestra propia manada de raros para ser felices. En La buena suerte, mi novela anterior, ya dije que amar consiste en encontrar a alguien con quien compartir tus rarezas. Pero es que con El peligro de estar cuerda, que lleva cinco semanas en la calle, me están pasando cosas increíbles.

¿Como qué?

Mucha gente me dice “me pasa lo mismo”. Están aceptando cosas que no se han querido reconocer. Hay muchas anécdotas. Por ejemplo, una amiga mía me mandó un email para decirme que está leyendo mi libro y me cuenta una de sus rarezas. “Cuando estoy leyendo un libro no puedo dejar la lectura en una página que tenga el número 7 porque pienso que me va a suceder una catástrofe. Menos mal que hay pocos libros que tienen más de 800 páginas, porque en ese caso me tengo que leer 100 del tirón”. Me contó varias historias así, y me gustó el final: “Menos mal que no se me nota. Creo que este libro nos autoriza a no ser cuerdos”. Me pareció tan bonito reivindicar la verdad de lo que somos.

Pero hay quien se empeña en decir que es normal.

Cuando alguien me lo dice, me echo a temblar porque pienso que no se conoce nada y tiene miedo al autoanálisis. Hay un esfuerzo tan grande de todo el mundo por que no se lo note la diferencia. La sociedad es muy dura. Cuando nos dicen que algo es normal nos engañan. Eso no es lo más habitual, es lo normativo. Es una especie de molde en el que tenemos que encajar. Y si no encajas, te cortas el brazo para caber. En ese sentido, es una sociedad patológica, que no admite el trastorno mental. Condenar a la gente con trastornos mentales al estigma y al destierro social es condenarlos a la muerte en vida. Si los integráramos y no tuviéramos ese miedo a nosotros mismos, la gente podría hacer cosas increíbles. Isaac Newton tenía delirios psicóticos. Marie Curie tenía depresión. No tiene nada que ver eso con la valía ni con lo que puedes dar a la sociedad. Pero si les condenas al estigma social y al aislamiento, esa persona es incapaz de regir su propia vida. La OMS ha dicho que un 25% de la población mundial va a tener un trastorno mental. Yo ya lo he tenido, porque tuve crisis de pánico desde los 16 a los 30 años. Pero esto quiere decir que todo el mundo o bien va a tener un trastorno mental o lo va a tener alguien muy cercano. El trastorno mental está relacionado con lo humano y, sin embargo, vivimos como si no existiera.

Hasta que llegó la pandemia. ¿Se ha avanzado en eliminar los tabús de la salud mental?

No es que estemos avanzando. Eso saltó por los aires porque la pandemia empeoró gravemente la salud mental del mundo. La empeoró de tal modo que no se ha podido ocultar. Ahora lo que tenemos que hacer es reclamar una mejora en la salud mental. España tiene uno de los porcentajes de la UE más bajos de psiquiatras y de especialistas en salud mental por 100.000 habitantes Nos falta muchísimo. Pero, además, somos el país de la UE con más uso de psicofármacos. Los médicos de familia los recetan como si fueran agua. Eso es un peligro.

¿En algún momento le han tildado de loca y le ha dolido?

No. Yo me he tildado más de loca a mí de lo que me han tildado otros. Cuando tuve los ataques de pánico, los pasé a pelo y sin un solo ansiolítico. Además en mi clase social y en mi época, no te llevaba nadie al psiquiatra. Pero se pasa. Y creo que eso es esperanzador para cualquiera que lea esta entrevista. La que creía que estaba loca era yo. Por eso decidí estudiar Psicología en la Universidad, para ver qué me pasaba. Creo, además, que eso es por lo que estudian Psicología el 98% de los psicólogos, porque piensan que están chalados. Lo cual no está nada mal, porque da más empatía. No terminé. Lo dejé en cuarto cuando supe lo que me pasaba.

En todo caso, eso significa estar vivo. ¿Prefiere morir de amor que de tedio?

De amor a la vida. Lo que hay que hacer es vivir plenamente. En el libro, construyo una serie de teorías sobre la relación entre creatividad y lo que llamamos locura y sobre cómo funcionan nuestra cabezas. Pero no es solo sobre gente que termina siendo profesional de algo creativo. Habla de que hay un 15% de la población que tenemos la cabeza cableada de otra manera. Nos hemos saltado una etapa de maduración del cerebro, la que sucede en la primera pubertad. Todos tenemos el cerebro hiperconectado y en la adolescencia se eliminan todas esas conexiones que no son útiles. En ese 15% están las personas que se dedican a cosas creativas, los enfermos mentales y otras personas que no se dedican a eso pero son igual de creativas. Esos lectores apasionados, la familia de los nerviosos.

Dice que hay gente que se apaga y no puede escribir. ¿Teme eso?

Sí, claro, es que pasa. Hay mogollón de autores que se han bloqueado. Como Ursula K. Le Guin, que es una de mis maestras. La conocí con 80 y algo años y ya no escribía, y era un trauma para ella. Hay otros, sin embargo, que siguen creando hasta el final. Otra de mis teorías es que somos yonkis de la intensidad. Para formar parte de la familia de los nerviosos, necesitamos emociones intensas y las vamos buscando.