Cien años de música, sacerdocio y clases

José Cruz Romero concelebra misa cada día en San Antonio

José Cruz Romero desayunó “siempre un café con leche y cuatro churros en la cafetería que está al lado de la iglesia de San Pablo”; ayer, merendó un chocolate, del que se confiesa “un poco adicto”, y unos cuantos churros en el Bonilla de la calle Barcelona. Son sus últimas horas con 99 años, porque hoy se habrá convertido ya en centenario.

Asegura que es “muy del Real Madrid” y que, si volviese a nacer, volvería a elegir la misma vida, la del sacerdocio, la música y la enseñanza. “Aquí en A Coruña fui, durante bastantes años, unos catorce o quince, vicario parroquial en Santa Margarita y últimamente he sido, durante 33 años, adscrito a la parroquia de San Pablo y canónico organista de la Colegiata”, explica, después de que unas mujeres le saluden porque le reconocen como el cura que bautizó a sus hijos. A los suyos y a muchos más. “Es que yo, en Santa Margarita, era el que bautizaba todas las semanas, en aquella época, se hacían hasta siete bautizos a la vez. He bautizado muchísimo”, dice Cruz Romero, a quien un día, no le quisieron cobrar un refresco porque la mujer que tenía que hacerlo le reconoció también como el cura que había dado el sacramento a su hijo y quiso invitarlo. “Bautizaba, casaba, confesaba y enterraba, porque entonces el párroco no iba al cementerio”, relata.

En unos días hará tres años desde que le dio un infarto, fue en los primeros días del confinamiento, y, obligatoriamente, su rutina se rompió y tuvo que iniciar otra, la de recuperarse y adaptarse a la nueva situación. Así que, como San Pablo le queda un poco lejos de casa, ahora concelebra la misa cada día en San Antonio, que le queda mucho más cerca. “Todos los días”, da igual que llueva o se caigan los pájaros del calor, ahí está él a las doce de la mañana para ayudar en la eucaristía. “Contra viento y marea”, apostilla resignada su sobrina, María José Romero Cruz.

La de este domingo será diferente, porque el párroco le ha dicho que será él quien presida la misa. “Debe ser para darme un poco de bombo”, dice entre risas y confiesa que, si no dependiese de sus sobrinas para ir y venir de la iglesia iría más, pero está contento también con esta rutina pospandémica, en la que le dedica más tiempo a la lectura, a la música, a hacer pedales en casa, al Real Madrid —“que juega contra el Espanyol en el Bernabéu y espero que gane”—, al ordenador y al cine porque cada noche ven una película antes de dormir. “El Dépor me gustaría que ascendiese porque es bueno para la ciudad, pero yo soy del Real Madrid de siempre y si pierde, duermo mal”, comenta. “Y se enfada”, dice su sobrina, Lucila Inkikiliyai Romero Cruz, hija de María José.

“Como yo soy organista y compositor, aunque ahora ya no compongo, y tengo canciones en Youtube, todos los días le dedico una hora o una hora y media al teclado que tengo en mi habitación. Tengo preparados dos conciertos, uno de música gallega y otro de música clásica. Los daré cuando llegue el momento”, explica y se ríe mucho al escuchar si está esperando “a hacerse mayor” para poder tocarlos con más experiencia. Incluso ha editado un libro con sus composiciones de canciones religiosas e infantiles.

Sobre si le gustaría ver a una gran orquesta o a una banda tocar sus obras, dice que sí, aunque ese sueño lo cumplió ya, en San Pablo, tuvo durante los 33 años en los que estuvo, un coro, sobre todo de mujeres, que cantaban sus piezas, también tuvo a su disposición, en Marruecos, a los cantores de la banda de la Legión, que cantaban en las fiestas patronales y llegó a preparar “misas con 25 voces”.

Aunque gran parte de su vida la hizo en A Coruña, José Cruz Romero nació en Vigo y, poco después, la familia regresó a Noia. Llegaron a ser trece hermanos, pero solo sobrevivieron a la infancia cuatro de ellos y, él, con doce, se fue a estudiar, entró de monaguillo en el convento franciscano y fue entonces cuando se despertó su vocación.

“Yo creo que fue una llamada de Dios y me siento muy orgulloso de ser sacerdote. Volvería a serlo”, confiesa. Esa llamada hizo que estuviese tres meses en Sidi Ifni y cuatro años en Larache, en Marruecos, después, 21 años entre Castellón y Valencia y fue en 1975 cuando regresó a A Coruña, donde siguió, como en sus destinos anteriores, dando clase, tocando y oficiando misa, en esta ocasión, en el Hogar de Santa Margarita, donde mañana le harán una misa para felicitarle por su centenario y para recordar no solo los años que él estuvo como profesor en el centro sino también los que estuvo su sobrina como maestra.

En Herbón llegó a tener a catorce niños aprendiendo a tocar el piano y, de aquella época, se acuerda de cuando tenía una voz “blanca extraordinaria”. “Había dos tías de Camilo José Cela, en Iria Flavia, que frecuentaban el convento de Herbón, y me oyeron cantar y me llevaron bombones. Entonces, ya me enseñaron a tocar y ya le cogí gusto a la música”, recuerda y asegura que le queda la espinita de no haber ido a estudiar al Conservatorio a Madrid y de haber tenido que ser autodidacta en la música, aunque, todo ese camino le haya traído hasta aquí. José Cruz Romero, en esta merienda de chocolate y churros, asegura que nunca pensó en que llegaría a los cien años y que tampoco tiene intención de cumplir otros cien más. “Yo no tengo ningún secreto porque no he hecho nada especial, aunque creo en Dios y en que hay otra vida después de esta”, sentencia.

Suscríbete para seguir leyendo