La infravivienda que queda en A Coruña: un barrio municipal y un núcleo rural encerrado por la tercera ronda

Tras el fin de A Pasaxe, permanecen en la ciudad dos asentamientos precarios, que, sin encajar en la definición de poblado, tienen situaciones que mejorar sobre seguridad jurídica, salubridad, servicios y habitabilidad

Una vivienda en el barrio municipal de O Campanario, en O Portiño.   | // VÍCTOR ECHAVE

Una vivienda en el barrio municipal de O Campanario, en O Portiño. | // VÍCTOR ECHAVE / marta otero mayán

Aislamiento, marginalidad y desconocimiento. Las realidades de los asentamientos precarios de A Coruña son diferentes, pero las atraviesan las mismas coyunturas en lo relativo a su relación con la ciudad y su acceso a servicios básicos. El desalojo del último residente en A Pasaxe reduce a dos los núcleos de esta naturaleza que quedan en la ciudad: As Rañas y el barrio de O Campanario, en O Portiño. El Concello no los entiende como poblados y explica que no está encima de la mesa un proyecto de realojo de sus vecinos, sí de seguimiento y trabajo para mejorar sus condiciones de vida.

El Plan de acceso ao hábitat digno para as persoas habitantes dos asentamentos precarios da Coruña, elaborado por Arquitectura sen Fronteiras en 2016, por en cargo del Ayuntamiento, fue el último gran diagnóstico que trascendió sobre el modo de vida en estos barrios bajos que quedan en A Coruña, cuya distribución y circunstancias no han variado demasiado desde entonces, a excepción de A Pasaxe.

“No está abierto en As Rañas ni en O Portiño ningún plan para sacar a estas personas de sus casas. No estamos hablando de chabolismo, ni son realidades comparables a lo que en su día hubo en los Arcones [Orillamar], Penamoa o la Conservera Celta”, respondía ayer la concejala de Benestar Social, Yoya Neira, que explicaba que, si bien son viviendas que tiene “una serie de déficits”, se trabaja con las familias que las habitan “como con cualquier familia de cualquier barrio” que requiera apoyo de los Servicios Sociales.

O Campanario

En el caso del barrio de O Campanario, conocido como O Portiño, el informe recogía 78 unidades de convivencia, en las que se repartían 280 personas. O Campanario nació, como muchos asentamientos de la misma naturaleza, como un recurso provisional que se acabó cronificando. El barrio, formado por viviendas de titularidad municipal, se asienta sobre terrenos que proceden de una donación particular, con el objetivo de alojar a personas en situación de exclusión, lo que dio pie a lo que Arquitectura sen Fronteiras define como “un grupo de población ajeno a las intenciones de planificación urbana de los siguientes 40 años”. Las familias viven en barracones de 3,5 metros de ancho y en torno a 10 o 12 de profundidad, con muros de hormigón y suelo de mortero, que, si bien encaja más en la definición de “barracón” que de chabola, sus condiciones distan mucho de ser las óptimas para sus vecinos, que manifestaron en múltiples ocasiones en los últimos años sentirse abandonados por las administraciones.

“Con nosotros nunca viene a hablar nadie, no se nos informa. No son viviendas ilegales, son del Ayuntamiento de A Coruña. Deberían encargarse ellos del mantenimiento. Nosotros hacemos lo que podemos para ir tirando, pero tampoco nos dejan”, protestaban los vecinos, en declaraciones a este diario, sobre problemas como la salubridad y el mantenimiento, a los que añadían los baches, el pavimento en mal estado y la basura acumulada siguen a la orden del día en O Campanario, donde se siguen sintiendo como un barrio “de tercera”.

Su población se dedica mayoritariamente a actividades económicas ligadas a la venta ambulante en ferias, la gestión de residuos y las actividades vinculadas al mar; ocupaciones estacionales e intermitentes, lo que comporta un problema a la hora de regularizar sus ingresos, tal y como diagnosticaba, en su informe, Arquitectura Sen Fronteiras: las cuotas de autónomos y los seguros que requiere esta actividad “supone una merma importante en sus ingresos”, por lo que muchos priorizan destinar recursos a elementos básicos de la vida cotidiana que a hacer frente a estos pagos, lo que les mantiene en situación irregular.

Misma coyuntura en materia laboral se encuentra en el asentamiento de As Rañas, con características urbanísticas y culturales diferentes a las de O Campanario pero con realidad social similar: mientras que en O Campanario conviven familias gitanas con no gitanas, en As Rañas residen en torno al centenar de personas repartidas en 25 unidades de convivencia, entre las que se contabilizan cerca de 50 menores de edad; todos ellos población gitana descendientes del patriarca y la matriarca, Juan Antonio Gabarri y María Borja. Ambos núcleos comparten otras similitudes: desde la degradación del entorno en el que se localizan hasta la falta de mantenimiento en servicios básicos como el alumbrado, la limpieza y la recogida de basura o las dificultades de acceso a los recursos por parte de su población.

As Rañas

Emplazado en la periferia del núcleo rural de As Rañas, la parcela está calificada como suelo rústico de especial protección de infraestructuras, y tampoco aquí encaja la definición de chabola para las viviendas que lo conforman, que fueron edificadas, en hormigón armado y ladrillo, por los propios residentes en terrenos de su propiedad, si bien, como en O Campanario, experimentan carencias en materia de habitabilidad. En los últimos años, la construcción de la tercera ronda intensificó el aislamiento de estos vecinos, que quedaron pertrechados entre infraestructuras, con respecto al resto de la ciudad, hasta el punto que, cuando las obras dieron sus primeros pasos, los residentes no fueron informados de su porvenir. Desde Arquitectura sen Fronteiras avanzan, en declaraciones a Radio Coruña, que el núcleo se verá afectado por la construcción del Vial 18.

El proyecto de la tercera ronda no reflejaba la existencia de sus viviendas, y se enteraron de la inauguración dos días antes de su apertura. También en As Rañas se acumulan las cuentas pendientes: en 2007, el Gobierno local aprobó una partida de 300.000 euros para que los 75 vecinos del barrio arreglasen sus casas con la colaboración de personal especializado en la construcción. El proyecto quedó paralizado y nunca se finalizó tal y como estaba planteado.

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